lunes, 8 de septiembre de 2008

AGUA ARDIENTE Y VITAL



(Extraído de Los Fármacos Malditos, Ed. Nordan, de Juan E. Fernàndez Romar)

Los antropólogos coinciden en ubicar el origen de las bebidas alcohólicas en el neolítico, hace aproximadamente unos diez mil años.

Teniendo en cuenta lo sencillo que resulta elaborar una bebida alcohólica elemental para alguien que no tenga muchas pretensiones de sabor, se especula que más de uno de nuestros antepasados debe haberse sorprendido al encontrar que el jugo de frutas que había guardado en su vasija de barro con el calor y el tiempo se había convertido en otra cosa. Tengamos en cuenta además, que cualquier fruto puede ser fermentado mediante la acción de la saliva sobre él produciendo de esta forma un alcohol de baja graduación; hecho que permite suponer que la fabricación de alcoholes por fermentación debe haber sido una de las primeras tecnologías descubiertas por aquellos humanos primigenios que tempranamente se aficionaron por ese tipo de bebidas.

Incluso en el mundo animal se puede encontrar evidencia de la predilección por el alcohol. Según el investigador Ronald Siegel: “En los hábitats naturales, la mayoría de los animales buscan alimentos que contienen alcohol por los olores, sabores, calorías o nutrientes que proporcionan. Las intoxicaciones son efectos secundarios, pero no lo suficientemente importantes para impedir su uso futuro.” (1) Para ejemplificar, cita una serie de casos de pájaros y pequeños mamíferos que buscan la savia fermentada para embriagarse.

Hongos, hidromiel, y cerveza

Probablemente, una de las formas primitivas más extendidas de obtener alcohol haya sido la miel fermentada o hidromiel dado que la miel configura una de las sustancias mágicas y medicinales más antiguas que se conocen y además común a todas las tradiciones culturales. En relación con esta hipótesis, Terence McKenna, conocido estudioso de las sustancias psicoactivas, sugiere -al revisar las civilizaciones minoicas arcaicas- una relación de continuidad entre el culto a la miel y la producción de alcoholes. Partiendo de que la miel fue el primer conservante utilizado para prolongar la vida útil de los hongos psicodélicos (droga de uso privilegiado en tiempos prehistóricos) y del emparentamiento de la miel y el alcohol en los ritos y mitos vinculados con Dionisos, afirma que entre el binomio “hongo sagrado-miel” y el vino hubo un relevo histórico. “La degeneración de elementos sacramentales de la religión del antiguo Oriente Próximo debió de conducir desde los hongos, a través de la miel fermentada y los zumos, a la emergencia de la uva como planta vinícola favorita.” (2)

Aunque el primer registro escrito que se conoce sobre una droga versa sobre el opio y no sobre el alcohol, de todas formas la cerveza ocupa un respetable segundo lugar en antigüedad. En el análisis de unas tablillas cuneiformes sumerias de 4200 años de antigüedad se observó que por entonces, aconsejaban beber cerveza a las mujeres durante la lactancia (3), idea que sobrevivió y que aún persiste en numerosas zonas rurales de varios continentes.

También se sabe que el consumo recreativo de alcohol tuvo amplia aceptación en la antigua Babilonia, donde se aplicaba la pena de muerte por ahogamiento a las taberneras que adulteraban sus vinos, tal como se desprende del artículo 108 del Código de Hammurabbi redactado en el siglo XVIII a.C.: “Si una tabernera rebaja la calidad de la bebida, y esto fuese probado, la arrojarán al agua”. (4)

Del vino viene la vida

Desde la antigüedad, las uvas simbolizaron a la vez la fecundidad (por su carácter frutal) y el sacrificio (por el color sangre del vino. El vino en cambio estuvo desde su origen asociado a la fuerza, la juventud, y la vida eterna. Según Mircea Eliade en su “Tratado de Historia de las Religiones” a la Diosa Madre primigenia que predominó durante el Paleolítico en todo el Viejo Mundo se le dio el nombre de “Diosa cepa de la vida” y representaba una fuente inagotable de creación natural. Símbolos que luego fueron metabolizados por el arte cristiano donde Cristo pasó a ser representado por un racimo de uvas (En el libro de los Números XXIII, 24 se lee: “Cortaron el sarmiento con su uva”), simbolizando así su sacrificio por la humanidad y la redención de los pecados humanos, esos obstáculos para la dicha eterna.

Tanto en la civilización sumeria como en el imperio babilónico o egipcio los tratamientos médicos incluían en un elevado porcentaje cerveza o vino. No obstante, las referencias antiguas sobre el uso de cerveza o vino desconciertan por el impacto físico que le atribuían a tales sustancias. Lo mismo sucede con algunos relatos bíblicos o citas de la literatura griega clásica. Como ejemplos pueden citarse la borrachera de Noé descrita en el Génesis, en la que se le ocurre desnudarse y exhibirse delante de sus hijos o algunos capítulos después cuando las hijas de Lot emborrachan a su padre para poder hacer el amor con él.

En la Odisea también es posible encontrar pasajes que mencionan la necesidad de diluir fuertemente los vinos.

Se sabe que los griegos tenían por costumbre designar un maestro de ceremonia que regulaba la administración del vino en pequeñas copas y que algunos de éstos debían ser disueltos en por lo menos ocho partes de agua. Como por entonces no se conocían los secretos de la destilación del alcohol, y además es sabido que los contenidos de alcohol luego de una fermentación de la uva no pueden superar nunca los 14% (dado que al llegar a esa concentración se inhibe naturalmente el proceso de producción de alcohol), se supone que los vinos antiguos contenían otras sustancias. Tal es el caso del vino resinato, citado mucho después por Demócrito y Galeno, bebida de fuertes efectos que fuera inventada por los egipcios y que incluía resina de cáñamo (cannavis sativa) y mirra.

Las bacanales

Durante la magnífica cultura minoica de Creta se expandió un culto enraizado mitológicamente con la vid y el vino, el culto a Dioniso, una de las tradiciones mistéricas más populares de Grecia y que luego fuera importada por los romanos junto con el resto del panteón griego.

El nombre “Dioniso” se compone de la palabra griega dios y la tracia nusos, “hijo de” o bien “árbol”. Por lo tanto su nombre quería decir “hijo de dios” o “árbol de dios”, siendo probablemente una alusión a la vid, ya que se asociaba su culto a la ebriedad, la locura, las orgías, y el éxtasis.

El mito refiere que Dioniso era hijo de Zeus y de la humana Semele. Embarazada la pobre mortal del patriarca del Olimpo no tuvo mejor idea que pedirle al supremo que se hiciera plenamente visible frente a sus ojos.

Así murió Semele, convertida en cenizas al contemplar a la divinidad. Pero el poderoso Zeus se apiadó de su hijo, lo rescató del cuerpo calcinado de su madre y completó su desarrollo fetal albergándolo en su muslo.

Todos los años se realizaban dos grandes fiestas en honor a Dioniso, las Dionisíacas Menores, en diciembre, y las Dionisíacas Mayores a fines de marzo. En estas últimas se realizaban representaciones dramáticas que configuraron la cuna del teatro griego. Como corolario se instrumentaban orgías monumentales que incluían el consumo de vino y carne cruda de un animal previamente sacrificado por una sacerdotisa.

Según el clasicista Carl Ruck: “El vino de Dioniso era el principal medio que tenían los griegos de participar en el antiguo éxtasis residente en todas las formas vegetativas hijas de la Tierra. En situaciones sociales, el consumo lo regulaba un jefe, que determinaba el grado de embriaguez a permitir a cada cual y la secuencia de los brindis ceremoniales. En los eventos sacros el vino era más potente y el propósito expreso de beberlo era inducir la borrachera profunda que podía sentirse en presencia de la deidad.” (5)

Cuando llegó a Roma, el culto a Dioniso se popularizó rápidamente y se exacerbó su carácter orgiástico, triunfando en las capas sociales más bajas, las que no gozaban de ciudadanía.

Las clases altas (que oficialmente respetaban el panteón pero que en privado se mostraban indiferentes hacia las prácticas religiosas) se mostraron alarmadas por las consecuencias de estos desaforados cultos. En lugar de dos veces al año, las bacanales comenzaron a celebrarse varias veces al mes. De acuerdo con Reay Tannahill: “Toda contención emotiva y sexual era depuesta, y la única norma era transgredir las normas de la vida corriente. Mujeres frenéticas, con el pelo al viento corrían al Tíber entre alaridos para hundir teas en el agua...Incoherentes, desaforados, controlando apenas sus miembros, los hombres se dedicaban a los iniciados, jóvenes adolescentes a quienes “pervertían brutalmente”. En esa atmósfera espesa y orgiástica, cualquier iniciado que se resistiera a su destino terminaba asesinado.” (6)

En 186 a.C. el senado romano prohibió las bacanales en toda la península pero resultó imposible reprimir totalmente sus manifestaciones. En 49 a.C., cinco años antes de ser asesinado por Bruto, Julio César levantó la prohibición.

Bebedores vs. Abstemios

Curiosamente en la antigüedad griega y romana, los intelectuales y artistas de la época polemizaron largamente sobre las eventuales bondades del vino. Grandes líricos como Arquíloco o Anacreonte alabaron el zumo fermentado de la vida. Del lado de los abstemios se ubicaba Sófocles, quien acusaba a Esquilo de no saber ni lo que escribía por estar en permanente estado de embriaguez.

Calímaco y Teócrito recordaron que la creación era ante todo un esfuerzo formal, de estilo, y que por lo tanto requería de sobriedad. Opinión contraria a la de Homero, que se horrorizaba de los “amanerados abstemios”.

En Roma se dio una polémica similar pero los grandes poetas como Ovidio, Horacio, y Catulo desbalancearon la cuestión con su prestigio apoyando el beberaje y el regocijo festivo.

Platón por su parte, fue muy claro al redactar sus Leyes “Empezaremos haciendo una ley que prohíba a los jóvenes probar el vino hasta la edad de dieciocho años... y hasta los treinta años nuestra ley prescribirá que el hombre pruebe el vino con mesura, aunque absteniéndose radicalmente de embriagarse bebiendo en exceso.” Después de los cuarenta sugería en cambio que los hombres lo bebiesen como remedio rejuvenecedor para afrontar los rigores de la vejez (sic).

Vapores etílicos

Aunque la destilación del alcohol se puede realizar mediante mínimos elementos, el descubrimiento de este método exigió muchísimos siglos. Aprender a vaporizar el alcohol separándolo de su fuente y luego rescatar ese vapor con un sistema refrigerente fue un auténtico logro del ingenio humano. Habilidad que permitió crear el primer intoxicante aislado químicamente.

En su célebre libro El manjar de los dioses, McKenna afirma que la referencia más antigua de lo que fue una forma destilada de alcohol se encuentra en los escritos del siglo IV d.C. del alquimista chino Ko Hung. Al comentar una de sus recetas Ko Hung escribió:”Son como vino que ha sido fermentado una sola vez; no puede compararse con el vino puro y claro fermentado nueve veces” (7). Declaración que hace pensar en algún método primitivo de destilación probablemente utilizando lana para capturar el vapor del alcohol.

Escohotado, mucho más osado que McKenna sugiere en Historia de las drogas, que los chinos probablemente obtuvieron aguardientes de baja graduación a partir de la cerveza de arroz desde el siglo VIII a.C.

Budistas e islámicos

De una u otra forma, los chinos mantuvieron siempre una relación ambivalente con los alcoholes, ya que trataron infructuosamente de prohibir el consumo de aguardientes una y otra vez durante siglos mediante una larga serie de reformas que nunca prosperaron.

En el Japón antiguo, el vino de arroz fue considerado durante siglos una panacea universal. En el siglo XII, monjes budistas chinos que comenzaron a ejercer la medicina en forma privada enriquecieron la farmacopea japonesa introduciendo el opio y el cáñamo (marihuana).

Si bien se dice habitualmente que Mahoma inauguro el paternalismo represivo en contra del alcohol lo cierto que el Islam tuvo durante siglos políticas tolerantes con el alcohol aunque su tradición se inclinó tempranamente hacia otras drogas como el opio, el cáñamo, o el café.

Un famoso poema de Omar Khayam, filósofo y matemático persa que en el siglo XI -período de esplendor del mundo islámico- escribió el Rubaiyat, libro donde figuran múltiples referencias al alcohol y a la embriaguez que nos permiten percibir algunas costumbres de la época: “Los amigos más fieles y sinceros se ha perdido todos/ A los pies de la muerte cayeron dócilmente uno a uno/ De un solo vino bebemos alrededor de la mesa del mundo / Uno o dos turnos antes que nosotros cayeron ebrios”.

Tal vez de todas las regiones del mundo el entorno indostánico sea el menos afecto al consumo de alcohol. La tradición brahmánica ha combatido desde su propio origen al alcohol señalándolo como fuente de miserias humanas. De hecho la mayor parte de las bebidas alcohólicas que se consumen en la India provienen de Pakistán, zona musulmana.

El elixir de la larga vida

Pero volviendo a los destilados, en Occidente se suele citar al alquimista y poeta mallorquín Ramón Llull (1232-1315), como el descubridor de la primer bebida “fuerte”. Buscando un elixir para la larga vida, Llull descubrió como preparar el aqua vini, el primer brandy. Para sus propósitos utilizó una caldera doble de estiércol de caballa donde fermentó vino durante veinte días. Posteriormente lo destiló mediante un tosco alambique; presunta invención egipcia que se conocía desde la época grecorromana y a la que los alquimistas le hicieron una modificación fundamental al hacer pasar el serpentín por un medio frío.

Tan fascinado quedó Llul con su descubrimiento que pensó que éste estaba anunciando el fin del mundo.

Poco después de haber probado generosamente su invento, a Llul se le despertaron algunas ideas muy claras sobre su eventual aplicación: “Su sabor supera el resto de los sabores y su aroma el resto de aromas. Es de maravilloso uso y comodidad un poco antes de entrar en combate para dar valor a las tropas.” (8)

En el siglo XIII los alquimistas italianos ya habían aprendido a fabricar una bebida llamada aqua vitae (60% de alcohol) y otra bidestilada que denominaron aqua ardens (96% de alcohol), la cual tuvo una rápida aceptación como disolvente de perfumes y como ingrediente básico de diversos medicamentos.

Por entonces, la Iglesia era la mayor depositaria de los secretos de una farmacopea empírica y variada que le disputaban los nigromantes de los pueblos.

Tanto las bebidas fermentadas como las destiladas sirvieron de base durante todo el medioevo para la preparación de las más diversas medicinas. En muchos casos no se trataba más que de mezclas delirantes y recetas brujeriles. He aquí el ejemplo de una receta muy popular: Había que tomar unos cincuenta gramos de beleño y cincuenta gramos de azafrán. Todo esto bien molido debía ser sumergido en cerveza toda una noche. A la mañana siguiente se debía dar de beber esta pócima a aquellas personas que estuviesen enfermas y poseidas por el demonio...es decir locas. Remedio “eficaz” que se potenciaba “si la persona lo bebía en una campana de iglesia y si se decían siete misas mientras el enfermo cantaba los salmos” (9).

Diversiones monacales

Los aguardientes tuvieron un desarrollo explosivo al permitir una embriaguez más rápida y prolongada con menos líquido y múltiples sabores y aromas.

En este panorama ser destilador comenzó a ser un oficio muy rentable. Por eso, tempranamente en el siglo XV los destiladores constituyeron sus primeros gremios, antes incluso que los médicos.

Varias órdenes religiosas, como cartujos y benedectinos, se abocaron a la próspera tarea de elaborar licores mientras que en los monasterios se solían componer encendidos himnos de corte dionisíaco como los “Carmina Burana” en los que se celebraran las virtudes del alcohol.

En las grandes fiestas religiosas como las celebradas durante la Semana Santa se acostumbraba beber báquicamente.

El Consejo de Estrasburgo durante el siglo XIV repartía todos los años litros de vino alsaciano entre los feligreses que pasaban la noche de San Adolfo velando y en oración. De todas formas, salvo en las fiestas populares la gran masa de siervos, artesanos, y el campesinado no tenía acceso ni al vino ni a los licores, bebidas casi privativas del clero, la nobleza, y la burguesía.

El entusiasmo clerical con los alcoholes estaba religiosamente justificado. Al fin de cuentas la Biblia no prohibía su consumo y aunque en algunos pasajes se condenan los excesos (como cuando Noé se emborracha y se muestra desnudo delante de sus hijos) también es cierto que el vino forma parte esencial de sus rituales.

Los misterios de la eucaristía

El banquete ritual celebrado en las misas en el que el sacerdote invoca “Este es mi cuerpo y esta es mi sangre..” guarda un notable parecido con ceremonias antiguas practicadas en las más diversas partes del mundo.

Los yorubas de Africa occidental, los gondos de la India, los albaneses del Cáucaso occidental, los toltecas, o los propios aztecas solían sacrificar individuos convertidos ritualmente en el chivo expiatorio de los pecados colectivos como forma de congraciarse con sus divinidades. Modelo similar al cristiano donde -según la leyenda- Cristo se ofreció como “chivo expiatorio” de los pecados universales.

No obstante, hay otra tradición fundida en el culto cristiano, el banquete sacramental -común a una gran cantidad de culturas- en el que mediante la comida y la intoxicación colectiva, se establece la sensación de un nexo con algo superior y sagrado, un sentimiento de comunión total entre los miembros del grupo.

Por otra parte, tanto el ayuno previo a la eucaristía que se exige a los fieles, como el consumo ritual de vino, se nos presenta hoy día como una reminiscencia de cultos pre-cristianos. En numerosas ceremonias religiosas griegas se exigía un prolongado ayuno, recurso económico que permitía que el vino fuera suficiente para embriagar a todos. En esas condiciones un pequeño vaso surte efectos similares al de una botella.

Incluso el saludo posterior a la comunión en el que los fieles se dan la mano o se abrazan parece ser una ritualización atenuada de las orgías primitivas que se practicaban luego de la ingesta sacramental de bebidas. Recuerdo que en mi infancia y preadolescencia nos sentábamos distraídamente al lado de alguna chica que nos gustaba esperando el momento sacro en que el cura nos invitaba a saludarnos.

También recuerdo misas especiales en que no solo el sacerdote y los monaguillos consumían el vino en nombre de todos sino que convidaba con un trago en el momento de la eucaristía.

Asimismo, la ingesta sacramental de la hostia que permite a los feligreses “incorporar” a la divinidad guarda un notable parecido con el consumo ritual de hongos alucinógenos o de peyote con el fin de entablar contacto con un orden superior o con la mismísima divinidad. Pero nos hemos ido del tema.

Esclavos, azúcar, y ron

Los colonizadores europeos introdujeron el alcohol en todos los lugares en los que se afincaron, convirtiéndolo además en muchos casos en sinónimo de esclavitud. El comercio triangular de azúcar, ron, y esclavos se tornó una práctica frecuente de los colonizadores, subyugando violentamente otras culturas para hacer fortuna. De esta forma, los colonizadores de las regiones tropicales llegaron a modificar sensiblemente los comportamientos demográficos. En las Indias holandesas orientales (actual Indonesia) la administración colonial premiaba con dinero a las mujeres que tuviesen hijos con el fin de disponer del máximo de mano de obra barata posible para sus plantaciones de azúcar. Las consecuencias sociales están a la vista, Java, el viejo centro de las Indias holandesas orientales, tiene hoy uno de los mayores índices de concentración demográfica del mundo.

La mayor parte del azúcar producido allí se destinaba a la producción de alcohol. La mayor parte de éste era exportado a Europa y el resto se guardaba para el consumo local. Los brutales sistemas de marginación social de los nativos junto con la sobreoferta de bebidas alcohólicas llevó -tal como sucedió en toda América con sus indígenas- a la génesis de una “sub-clase alcohólica e idiotizada” como bien la ha definido McKenna.

No es de extrañar que en este contexto colonial generalizado surgiesen respuestas radicales de los grupos religiosos más conservadores y ortodoxos. Los puritanos de Massachusetts (EE.UU.) por ejemplo, consiguieron en 1650 ilegalizar el alcohol, el tabaco, y la holgazanería, respondiendo a una ideología que no distinguía mayormente entre delito y pecado.

Pero tal como ha sucedido siempre desde el origen mismo del vino, las políticas prohibicionistas del alcohol nunca pudieron sostenerse durante períodos prolongados, por lo menos en Occidente.

La rebelión del whisky

En 1785, un médico psiquiatra norteamericano fundador de la Asociación de Psiquiatría llamado Benjamín Rush publicó un amplio informe sobre los efectos del alcohol y sus abusos, documento que tuvo un fuerte impacto social. A raíz de esta publicación el Congreso gravó las bebidas alcohólicas con fuertes impuestos. Medida impopular que llevó a los granjeros de Pennsylvania (comprometidos con la producción de alcoholes) a reaccionar violentamente, originándose así la famosa Whisky Rebellion.

Para sofocar esa rebelión popular el gobierno en Washington tuvo que movilizar 12 mil efectivos militares y manejar la situación con mano dura. Pero pese a la represión la cuestión no quedó zanjada y dos años después, el gobierno dio marcha atrás y suprimió los impuestos de la discordia.

Entre 1830 y 1850 se formaron en los EE.UU. las primeras sociedades moralistas abocadas a la defensa de la decencia y la sobriedad. Organizaciones que configuran un caldo de cultivo para las posturas más rabiosamente racistas. Algunas derivaron en la fundación de sociedades secretas como el Ku-Klux-Klan, que fuera creada en 1866 y financiada principalmente por la oligarquía para combatir por igual a sindicalistas y a negros.

Mojigatos célebres y dañinos

Poco después, en 1869, se consolida legalmente el Partido Prohibicionista, enemigo acérrimo del alcohol que obtiene en forma casi automática importantes apoyos políticos. Los industriales y empresarios en general, preocupados por el ausentismo y los accidentes laborales generados por el alcohol también apoyan efusivamente la propuesta.

Capitalizando la experiencia de tales aventuras políticas, se crea en 1895 en EE.UU. la Liga Anti-Saloon, organización que da continuidad a un exitoso movimiento moralista que desde 1880 había lanzado una guerra privada contra la obscenidad y la pornografía.

Uno de los líderes de ese movimiento, Anthony Comstock se convirtió en tiempo record en el hazmerreír predilecto de George Bernard Shaw, quien se encargó de que su apellido entrara en el vocabulario del inglés americanizado. De ahí que en algunos diccionarios de inglés puedan hallarse las palabras “comstock” significando un mojigato ridículo o “comstockery” como una forma abreviada de designación de las preocupaciones mojigatas por la inmoralidad en libros o revistas.

El afán puritano de Comstock cobró muchas víctimas célebres como la periodista Margaret Sanger, una de las pioneras del feminismo norteamericano, que fue acusada de pornógrafa por publicar un artículo de divulgación científica que informaba acerca de la gonorrea. Sanger tuvo que huir a Inglaterra para no terminar sus días en la cárcel.

La Liga Anti-Saloon se propuso terminar no sólo con la pornografía sino con los cabarets, la embriaguez, y el juego.

En 1917, el reverendo Sam Small, uno de los inspiradores de la liga declaró públicamente en una convención en Washington, D.C., que cuando se consiguiese la prohibición nacional del alcohol, “Uds. y yo podremos esperar con orgullo que esta América nuestra, victoriosa y cristianizada, se convierta no sólo en salvadora, sino en modelo y censor de la reconstruida civilización mundial del futuro.” (10) )

La ley seca

A partir de 1900 el Partido Prohibicionista comienza a negociar con las jóvenes Asociaciones Médicas y Farmaceúticas que se habían formado para combatir a boticarios ambulantes y sanadores de todo tipo. Estas asociaciones condicionaron su apoyo al prohibicionismo a cambio del monopolio del uso legal de la cocaína, los opíaceos, y los licores medicinales. De esta forma buscaban eliminar del mercado los “remedios milagrosos” vendidos por “matasanos” ambulantes, y que habitualmente contenían alguna de esas drogas.

En 1914, el Congreso de los EE.UU. recibió un pliego con más de 6 millones de firmas pidiendo la prohibición de los licores, vinos, y cervezas.

La Liga obtuvo su primer anhelada victoria el 1 de julio de 1919 con la War Prohibition Act, mediante la cual se declaraba ilegal la fabricación y venta de bebidas alcohólicas destiladas, vino y cerveza. Pero como se trataba de una medida federal fue necesario modificar la constitución. Por eso el 16 de enero de 1920 entro en vigor la Enmienda XVIII a la Constitución, también llamada Ley Volstead o Ley Seca. Las únicas bebidas que quedaban fuera de sanción eran la sidra, el vinagre, y el vino para los servicios religiosos.

Curiosamente Andrew Volstead, el supuesto padre de la Ley Seca no redacto ni una palabra de ésta sino que todo fue obra del senador texano Morris Sheppard, pero como Volstead era el presidente de la Comisión Jurídica de la Cámara de Representantes su nombre quedó asociado a una ley que duró apenas 13 años.

Hecha la ley, hecha la trampa

Desde el momento de su promulgación la Ley Seca encontró grandes dificultades de instrumentación. Aquella población 122 millones consumía anualmente alrededor de 7.570 millones de litros de bebidas alcohólicas por año. Para controlar a esa imponente legión de consumidores que se distribuían en los 9,3 millones de kilómetros cuadrados, y para evitar el tráfico a lo largo de 20.000 kilómetros de costa el gobierno federal nombro 2.500 agentes con un salario semanal de 40 dólares.

En una entrevista, el Fiorello la Guardia, alcalde de Nueva York declaró que lograr un cumplimiento estricto de la Ley Volstead solo en su estado serían necesarios unos 250 mil policías...”más otros 200 mil agentes que se encarguen de vigilarlos” ironizó (11). Desde el comienzo todo este asunto parecía un gran delirio represivo.

Rápidamente, los 6000 kilómetros de frontera con Canadá se convirtieron en una réplica alcohólica de las cataratas del Niágara. Millones de barriles inundaban Detroit y de ahí se distribuían al resto del país.

Desde el Caribe llegaban barcos cargados de ron desafiando o sobornando guardacostas hasta anclar en las costas de Long Island o infiltrándose por los cayos de Florida.

La prohibición aceleró el enriquecimiento de las mafias ya que el tráfico ilegal de alcohol movilizaba cerca de 10 millones de dólares por día. Algunos beneficiarios famosos que hicieron fortuna con el alcohol fueron Joseph Kennedy, padre de J.F.K., y Richard Nixon.

Kennedy y Nixon

Joe Kennedy multiplicó la incipiente fortuna que le había legado Patrick Joseph, un bodeguero de origen irlandés, con el contrabando de whisky. Para lograrlo se valía de pandillas de rudos irlandeses que consiguieron mantener a raya a los hombres del mafioso Meyer Lansky, quien quería hegemonizar ese lucrativo negocio. De esa época le lego a su familia algunas amistades ilustres como Frank Costello y Al Capone.

Joe era una persona extremadamente hábil para los negocios y supo invertir el dinero que iba obteniendo con el contrabando en Wall Street. Tan hábil fue que se anticipó la crisis del 29, vendió todos los títulos y acciones poco antes del crack y meses después se encontró en las inmejorables condiciones para especular con los despojos.

Nixon en cambio, hizo carrera política y económica defendiendo como abogado al famoso capo mafioso, Lucky Luciano.

Al Capone, siempre al servicio de la comunidad

En 1924 Al Capone ya controlaba Chicago y sus ganancias rondaban los 100 millones de dólares anuales libres de impuestos. El tráfico y comercio ilegal de alcohol se había convertido en su principal negocio ya que le dejaba bastante más que las casas de juego y baile, el control de la prostitución, y los impuestos por “protección” a comerciantes.

Al Capone no encontró mayores resistencias a sus planes ni en la policía ni en los políticos. Hacia 1930 el 34% de los agentes destinados al control del mercado del alcohol eran sospechosos de aceptar sobornos o de extorsionar y el 10% ya había sido condenado.

De todas formas, la guerra de gansters durante la Ley Seca no fue tan cruenta como muestra el cine. En Chicago sólo provoco 700 muertos en 14 años y en el resto del país no hubo más de 1500.

Incluso hasta podría decirse que el contrabando de alcohol organizado por las diferentes mafias hizo un bien relativo a su país. Los licores que importaban solían ser legítimos y de buena calidad. Mucho más daño ocasionaron las destilerías domésticas de aficionados o de advenedizos productores improvisados que causaron en el mismo período unos 35.000 muertos y más de medio millón de inválidos, víctimas de ceguera, demencia, parálisis, u otras enfermedades igualmente graves. Este hecho llevó a Capone a declarar luego de cumplir una condena por evasión impuestos (aunque todo el mundo sabía cual era su actividad nunca pudieron probarle su vinculación con el tráfico de alcohol): “Gané dinero satisfaciendo las necesidades de la nación. Si al obrar de ese modo infringí la ley, mis clientes son tan culpables como yo. Todo el país quería aguardiente y organicé el suministro de aguardiente. En realidad quisiera saber por qué me llaman enemigo público. Serví a los intereses de la comunidad.” (12)

El experimento prohibicionista de los norteamericanos dejó una dura lección que algunos economistas como el Premio Nobel Milton Friedman suelen recordar a menudo. La Ley Volstead apenas redujo el consumo per cápita de alcohol; los más pesimistas hablaron de un 10% y los optimistas de un 30% En cambio, su furor prohibicionista saturó las cárceles con medio millón de “nuevos delincuentes” asociados al comercio del alcohol, y el estado perdió cientos de millones de dólares al no percibir impuestos por ese consumo. Cifras que dejan sin considerar el enorme gasto en infraestructura represiva a lo largo de 13 años.

Un poco de bioquímica

El alcohol obra sobre todo el sistema nervioso central y puede tener efectos sedantes o psicotónicos. Aunque sus mecanismos de acción bioquímica sobre el organismo humano aún no han sido esclarecidos totalmente se cree que los efectos sedantes se deben a una inhibición ejercitada sobre la sustancia reticular (que regula el nivel de atención, la vigilia, y el sueño) y que los efectos estimulantes obedecen al hecho de que ciertas zonas del cerebro se ven liberadas de las inhibiciones provenientes de la sustancia reticular.

El alcohol al ingresar al torrente sanguíneo genera una disminución de los niveles de azúcar llamada hipoglicemia. Los continuos desniveles de azúcar que se provoca el consumidor compulsivo afecta las células nerviosas y a la larga afecta al cerebro.

El hígado es otro órgano vital que se ve dañado por la ingesta habitual de alcohol. Sometido a intoxicaciones continuas que el hígado no puede procesar totalmente desarrolla cirrosis, enfermedad caracterizada por un déficit funcional, difícil de revertir y que puede provocar la muerte.

En términos estadísticos, los alcoholistas que padecen de cirrosis, si no dejan de consumir en un plazo no mayor de 5 años, fallecen.

Una de las particularidades del alcohol es que genera tolerancia. El organismo se acostumbra a la presencia del alcohol y cada vez exige una cantidad mayor para lograr el mismo efecto. Si para ponerse “alegre” un consumidor al principio necesita un par de copas al darse un consumo habitual va a llegar el momento en que necesite medio litro o más. Pero a diferencia de otras drogas, el cosumidor que se ha vuelto alcoholista aumenta gradualmente la cantidad de su ingesta hasta cierto punto en que estabiliza esa cantidad e ingresa a una fase de meseta.

De ahí en más podrá pasar años consumiendo aproximadamente la misma ración diaria hasta que por razones fisiológicas el consumo empiece a decrecer.

En la jerga popular se dice que “ese ya está quemado” o que “le basta con el olor para mamarse”. El ingreso a esta fase indica un nivel de deterioro funcional importante.

Uno de los efectos más notorios del alcohol en el alcoholista es el síndrome de deprivación. Esto se debe a que “el alcohol es una fuente abundante pero costosa de energía que se utiliza más rápidamente que la mayoría de los alimentos porque se absorbe del tracto gastrointestinal y no requiere digestión preliminar. La energía liberada por gramo de alcohol etílico es de aproximadamente 7 kcal. Algunas bebidas contienen también proteínas e hidratos de carbono; por ejemplo, la cerveza contiene 500 kcal. por litro, de las que solamente la mitad proviene del contenido alcohólico. Por el contrario, las bebidas destiladas no contienen estas sustancias alimenticias y sus calorías derivan puramente del alcohol; tampoco contienen vitaminas. Muchas enfermedades de los alcohólicos crónicos se deben al hecho de que los enfermos pueden satisfacer la mitad o más de sus requerimientos calóricos diarios tomando alcohol, y frecuentemente continúan haciéndolo durante muchos años. En consecuencia, pueden dejar de ingerir otros alimentos que balancearían su dieta y se desarrollan deficiencias vitamínicas y dietéticas.” (13)

En otros términos, el alcohol aporta al organismo calorías bajo la forma de hidratos de carbono. Una ingesta habitual de alcohol hace que el organismo se acostumbre a obtener esas calorías sin un esfuerzo metabólico importante, dejando de lado otras vías más trabajosas como ser el tratar de obtener calorías de los alimentos.

Al verse privado de alcohol ese cuerpo que se ha acostumbrado durante años al mismo, acusa la falta con una serie de signos y síntomas que pueden ir desde manifestaciones diversas de ansiedad o temblores hasta el delirium tremens o incluso la muerte.

El cuadro clínico de retiro del alcohol en personas con gran dependencia física presenta tres estados bastante definidos. “Los temblores que aparecen pocas horas después de beber por última vez, se acompañan a menudo de náuseas, debilidad, ansiedad y sudoración. El comportamiento deliberado para obtener alcohol o un sustituto es prominente. Puede haber calambres y vómitos...El sujeto puede empezar a “ver cosas”, al principio con los ojos cerrados pero después también con los ojos abiertos. En este momento el síndrome se llama a menudo alucinosis alcohólica aguda, pero algunos expertos creen que la alucinosis no es necesariamente un índice de la severidad del síndrome de retiro, a veces existe mientras los alcohólicos se encuentran severamente intoxicados...

El estado de temblor alcanza su máxima intensidad en 24 a 48 horas, y las crisis son más probables en las primeras 24 horas después de dejar de beber. Si el síndrome sigue avanzando se pierde la conciencia; el sujeto se debilita, se hace más confuso, desorientado y agitado, pudiendo sentir terror de sus alucinaciones persecutorias. Estas son tan vívidas que el sujeto, incluso después de recuperarse, cree a veces que fueron reales. En este momento, que aparece más o menos al tercer día de retiro, el cuadro es de delirio trémulo, descripto por Thomas Sutton en 1813. La hipertermia es común, y puede haber agotamiento y colapso cardiovascular.

El síndrome de abstinencia de alcohol es autolimitante. Si la persona no muere, la recuperación se produce en 5 a 7 días sin tratamiento.” (14)

Los hijos de madres que beben mucho durante el embarazo no sólo experimentan retiro de alcohol después del parto sino que también puede sufrir retardo mental permanente.

Efectos psicológicos

Si bien los efectos psicológicos del alcohol varían según la persona, pero en términos generales se podría decir que reduce las inhibiciones, suministra una sensación de bienestar y de sociabilidad, alivia la ansiedad, y tonifica el humor aunque también puede producir depresión y liberar agresividad reprimida.

El alcohol no tiene propiedades afrodisíacas pero el debilitamiento de las inhibiciones que ocasiona puede intensificar el deseo sexual, aunque por otro lado, los excesos pueden determinar episodios de impotencia o dificultades para alcanzar el orgasmo.

El alcohol acelera el pulso, provoca dilatación de los vasos sanguíneos de la epidermis (de ahí la sensación de calor), y estimula el apetito.

En cuanto a los efectos sobre las actividades perceptivas y motrices, el alcohol disminuye el rendimiento intelectual, aumenta el tiempo de reacción, reduce el campo visual, y la sensibilidad a las variaciones de la intensidad de la luz. Situación que favorece la producción de accidentes, especialmente automovilísticos.

El alcohol, esa usina

Uno de los efectos más espectaculares del alcohol es el brindar una suerte de “inyección de energía”. En pocos minutos las bebidas alcohólicas proporcionan un aumento del tono vital de las energías psíquicas. La difundida equivalencia simbólica entre alcohol y vida es muy antigua y universal.

“El vino es para el hombre como la vida si lo bebe con moderación” afirma el Eclesiastes. Significado que explica porque muchas personas eligen beber en momentos de depresión, cansancio, o desconfianza, y que también suministra algunas pistas acerca del porque se asocia la bebida alcohólica con ideas de fortaleza, decisión, coraje, firmeza, y masculinidad. Pese a que las costumbres han variado sustancialmente en el correr del siglo el consumo de alcohol por parte de mujeres y niños ha sido tradicionalmente censurado socialmente.

La ingestión de bebidas fuertes están relacionadas culturalmente con la búsqueda seguridad, firmeza, y confianza en sí mismo. En momentos de inseguridad o desazón el alcohol se vuelve para muchos en la pócima mágica que brinda seguridad. Es la sustancia preferida socialmente a la hora de tratar de aumentar la autoestima y las potencialidades, ayudando a superar la brecha que se abre entre el yo real y el yo ideal.

El componente viril y, en cierto sentido, “heroico” de las bebidas alcohólicas puede discernirse bien en algunos ritos y costumbres sociales. Por ejemplo, son comunes los actos de exhibicionismo o juegos de desafío basados en la capacidad de tolerar el alcohol como medida y prueba de virilidad y de valor. Una antiquísima costumbre consistía en hacer pasar alrededor de una mesa la copa de vino durante los banquetes y esa copa se llenaba siempre de nuevo; los mejores eran aquellos que resistían más, mientras los otros iban cayendo ebrios poco a poco.

Los placeres más importantes

En muchos casos la ingesta de alcohol está asociada a un deseo de correr riesgos poniendo a prueba el valor o ciertas habilidades, actitudes que generan en algunas personas determinadas gratificaciones emocionales. Por estas razones el permiso de beber bebidas alcohólicas puede ser considerado uno de los ritos modernos de iniciación del adolescente en la vida adulta.

Además de transmitir una imagen de fortaleza y seguridad, el beber demuestra también una apertura al placer, al hedonismo, al goce de los sentidos. Baco está siempre asociado con el tabaco y con Venus. Se le atribuye a la mítica Marylin Monroe, la frase “Hay tres placeres importantes en la vida. Un whisky antes y un cigarrillo después”.

La renuncia al alcohol por el contrario suele indicar una actitud ascética, recelosa frente a los compromisos afectivos que puedan encerrar las diversas situaciones sociales.

Como ocurre también con otras drogas, el alcohol tiene la capacidad de dilatar la conciencia, de abrir nuevos horizontes, y de permitir el contacto con realidades psíquicas que de otra manera resultarían inaccesibles. Por eso, la embriaguez o la excitación psíquica producida por el alcohol ha estado tradicionalmente vinculada con numerosas religiones, en las cuales se le atribuía la función de poner en contacto con la divinidad.

En una perspectiva más laica, la euforia o embriaguez provocada por el alcohol permite aflojar las defensas del individuo, revelando a éste en toda su autenticidad, y sacando a luz lo que el control consciente mantiene normalmente escondido.

En la Biblia hay una buena ilustración simbólica de este efecto del alcohol cuando se narra el comportamiento de Noé al descubrir las propiedades del vino. Noé se embriaga y se desnuda; un acto que revela el derrumbe de las defensas del yo, presentándose sin ninguna máscara ni miedo de mostrar al desnudo su personalidad.

En relación con estos efectos el filósofo Montaigne ha señalado en uno de los pasajes de sus célebres Ensayos: “...así como el mosto al fermentar y rebullir en una cuba lleva hacia arriba todo lo que está en el fondo, así el vino hace salir afuera los secretos más íntimos de aquellos que han bebido desmesuradamente” (15).

Indicando ese mismo sentido existe una broma habitual en los ambientes psicoanalíticos que señala al superyó como: aquella parte del aparato psíquico soluble en alcohol.

En forma similar el conocido semiólogo Roland Barthes ha definido las bebidas alcohólicas como “sustancias de conversión” capaces de “trastocar situaciones y condiciones, de convertir los objetos en su contrario, de hacer, por ejemplo, de un débil un fuerte, de un silencioso un charlatán.”(16)

Los niños y los borrachos siempre dicen la verdad

Otro de los efectos del alcohol ampliamente conocido en forma intuitiva es el que concierne al desarrollo de relaciones sociales auténticas, menos cargadas de agresividad, de competencia, o de afán de dominio. Por eso la imagen del bebedor suele estar asociada también a características positivas como sinceridad, franqueza y sociabilidad, en tanto que el abstemio puede suscitar cierta desconfianza.

El abstemio que teme abandonarse a sus impulsos, que se mantiene a la defensiva buscando un autocontrol permanente, genera recelo ya que transmite una cierta desconfianza de su propia naturaleza y un encubierto deseo de control sobre los demás.

Por eso el beber juntos no es estrictamente homologable a otros experiencias orales como la de comer o fumar, que siempre han sido utilizadas socialmente para unir a las personas, sino que se trata además de una invitación para compartir una experiencia en forma sincera mientras se eliminan las barreras y las defensas.

La realidad nacional

Determinar cuál es la frontera entre el consumo recreativo y el alcoholismo propiamente dicho es un asunto aún no dilucidado totalmente.

Los Alcohólicos Anónimos han propuesto definir al alcoholista como aquella persona que perdió la capacidad de abstenerse de beber, o de detenerse luego que comenzó.

Hay un prejuicio generalizado que señala que los adictos al alcohol luego de un tratamiento pueden abandonar el vicio y volver a beber moderadamente. Los que trabajan brindando ayuda a los alcoholistas saben perfectamente que esto no es así. Las personas que se han vuelto dependientes del alcohol pueden con esfuerzo superar la adicción pero ya nunca más podrán ser bebedores sociales.

Cuando el alcohol comienza a ser utilizado sistemáticamente como ansiolítico para no tener miedo, para enfrentar situaciones difíciles, para sobrellevar angustias cotidianas, o para darse coraje y probarse a sí mismo, se ingresa a un consumo de riesgo para la salud.

Para poder evaluar clínicamente a los consumidores habituales se ha llegado a un cierto consenso internacional. Para el entorno iberoamericano el consumo habitual por encima de 100 cc de alcohol absoluto (hay que hacer la conversión de litros corrientes en litros de alcohol absoluto según el porcentaje de alcohol que presenta cada bebida) está indicando un alto riesgo de presentar síndrome de dependencia alcohólica.

Se ha visto estadísticamente que el pasaje de un consumo habitual a la dependencia psíquica se da en forma muy rápida, y que de allí a la dependencia física es sólo un breve lapso de tiempo. Pese al estrellato de muchas de sus “competidoras” como la cocaína, el alcohol siendo la sustancia psicoactiva más problemática y de mayor costo social para las sociedades contemporáneas.

En nuestro país un 10% de la población económicamente activa de 15 a 29 años tiene un comportamiento de alto riesgo con la bebida alcohólica. En términos poblacionales esto implica 46.000 jóvenes expuestos a severos trastornos como consecuencia de un consumo excesivo de alcohol.(17)

Si en vez de considerar los excesos regular, prestamos en cambio, atención a los excesos ocasionales de alcohol en la población económicamente activa de 15 a 29 años, el porcentaje sube al 35%.

Una de las antesalas al denominado síndrome de dependencia alcohólica está determinada por un episodio de consumo excesivo mensual o bien por su equivalente (doce) en un año.

De todas maneras los mayores niveles de consumo de alcohol no se dan estrictamente entre los más jóvenes. Más bien que es al revés, dado que por encima de los 29 años el porcentaje crece.

Cerca del 20% de los trabajadores de la construcción se encuentran en alto riesgo por alcoholización frecuente y alrededor del 35% de este sector presenta un consumo excesivo ocasional. Nada extraordinario si lo comparamos con otras ramas (agropecuaria, vestimenta, gastronomía, enseñanza, transporte, etc) ya que en nuestro país en casi todas las actividades laborales los porcentajes de consumos de riego oscilan alrededor del 20% salvo en las áreas comerciales, bancarias y empresariales donde el porcentaje es levemente menor.

En litros de alcohol absoluto el “per cápita” para la población uruguaya de 15 a 55 años en 1992 fue de 12,6 litros. Esto representa una ingesta diaria per cápita de aproximadamente 28,2 gramos. Cabe recordar que por encima de los 30 gramos diarios de alcohol la incidencia de la cirrosis aumenta aún suponiendo una ingesta diaria de 100 o más gramos de proteínas. De no llegar a este nivel de alimentación, el riesgo se multiplica.

Beneficios del alcohol

De todas formas no hay que satanizar el alcohol ni entender su consumo exclusivamente desde sus factores de riesgo. Luego de un largo período en que imperó una visión absolutamente negativa se ha comprobado que los alcoholes (especialmente los fermentados como el vino o la cerveza) cosumidos en forma regular y en dosis moderadas (20 a 30 gramos por día) puede disminuir el riesgo de coronariopatía hasta en un 40 %.

A partir de un relevamiento mundial realizado por la OMS (18), se observó que ciertos paises como Francia o Suiza, que por razones culturales presentan un consumo moderado de alcohol, las cifras de mortalidad por coronariopatías son sensiblemente menores a otros países del continente. Aunque las poblaciones suizas y francesas revelan valores de colesterol séricos parecidos a los del resto del mundo industrializado y una incidencia de factores de riesgo (sobrepeso, tensión arterial, consumo de tabaco, etc.) similar a otros paises desarrollados, su peligrosidad es menor. Investigaciones posteriores atribuyen esta ventaja al consumo diario de buen vino.

El vino que se toma con las comidas y que es absorbido en forma lenta, ofrece un efecto preventivo de enfermedades coronarias y reduce el riego de sufrir un infarto agudo del miocardio. Algo que muchos abuelos insistían en afirmar y nadie los tomaba en serio.

Fuentes bibliográficas:

1) Citado por McKenna en “El manjar de los Dioses”, pág. 172.

2) McKenna, op. cit. pág. 170.

3) “Historia de las drogas”, Vol. 1, de Antonio Escohotado,Ed. Alianza, Madrid, 1996.

4) Citado por Escohotado, op. cit. pág. 77.

5) Citado por G. Feuerstein en “Sagrada sexualidad”, Ed. Kairós, Barcelona, 1995, pág. 104.

6) Feuerstein, op. cit. pág. 106.

7) Citado por McKenna en “El manjar de los Dioses”, pág. 173.

8) McKenna, op. cit. pág. 173.

9) Citado en “La locura a traves de los siglos” de Michelle Ristich de Groote, Ed. Bruguera, Barcelona, 1973, pág. 53.

10) Citado por T. Szasz en “Nuestro derecho a las drogas”, Ed. Anagrama, Barcelona, 1993, pág. 94.

11) Citado por Carlos Mutto en “La verdadera historia de Elliot Ness”, revista “Co & Co” No. 10, España, 1993.

12) Citado por Ana Solari en el artículo “Entre el bienestar y la adicción”, Suplemento Cultural de El País, No. 213, Montevideo, 3/12/93.

13) “Las bases farmacológicas de la terapeútica” de A. Goodman, L. Goodman, y A. Gilman, Ed. Médica Panamericana, Buenos Aires, 1982, pág. 386.

14) “Las bases farmacológicas de la terapeútica”, Op. Cit. pág. 550.

15) Citado por Fernando Dogana en “Psicopatología del Consumo cotidiano”, Ed. Gedisa, Barcelona, 1984.

16) Citado por F. Dogana, Op. Cit. pág. 88.

17) Datos citados por Lic. H. Miguez en “Las drogas en el Uruguay”, Ed. Arca, Montevideo, 1995.

18) Datos citados en “El privilegio de tener un corazón francés”, revista The Lancet, 1992, nota 2232, reproducido, luego en revista Medical Mag No. 6, Montevideo, 1993.

Otra bibliografía consultada:

1) “La adolescencia: Salud y Enfermedad. No.2”, Compilado por J. Portillo, J. Martínez, M.L. Banfi, Ed. Banda Oriental, Montevideo, 1992.

2) “Diccionario de símbolos tradicionales” de Juan E. Cirlot, Ed. Luis Miracle, Barcelona, 1958.

3) “Libro de la ciencia” Vol 1, Ed. Abril, Buenos Aires, 1975.

4) “Scarface: un muchacho de Chicago”, revista “Co & Co” No. 10, España, 1993.

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