lunes, 1 de septiembre de 2008

DROGAS, CORRECCIONALES Y CONVENTOS



por Juan E. Fernández Romar

El denominado problema de la droga es objeto de múltiples discursos y modelos de intervención. Médicos, abogados, psicólogos, y pedagogos, entre otros, han desarrollado técnicas especiales tanto para el abordaje de las personas que son consideradas drogodependientes como para el desarrollo de campañas de prevención. Actualmente, no sólo las personas que han sido recluidas voluntaria o forzadamente para ser sometidas a un tratamiento de rehabilitación sino toda la población es objeto de determinados procesos de normalización en relación con las sustancias que consumen. Estos procesos incluyen por un lado estrategias represivas, y por otro, maniobras más blandas basadas principalmente en la pedagogización y en la medicalización de las poblaciones consideradas de riesgo (infancia, adolescencia, primera juventud). Prácticas que se deben contextuar en un proceso histórico de crecimiento de un mercado internacional de sustancias prohibidas, que además ha estado caracterizado por una tasa muy baja de represión eficaz, y por una magnificación geopolítica del valor estratégico de los psicotrópìcos ilegales.

La ineficacia manifiesta de la guerra a las drogas y el reconocimiento progresivo de los efectos perversos de la prohibición han intensificado en los últimos años los cuestionamientos políticos y académicos de las posturas penalizadoras del uso de sustancias psicoactivas ilegales. Aunque los argumentos ya estaban expuestos desde mucho antes desde 1993, nadie puede a partir de ese año dejar de considerar la despenalización de las drogas como una propuesta seria, válida, y respetable.

En ese año no sólo trascendió un informe desesperanzado de la INTERPOL (1) en el que se evaluaba negativamente las políticas represivas que habían desarrollado a lo largo de veinte años sino que el Premio Nobel Gabriel García Márquez, lanzó un manifiesto a favor de la legalización en un documento que fue suscrito por una larga lista de personalidades políticas, académicas, y artísticas, en la que figuraban Fernando Savater, Antonio Escohotado, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Joan Manuel Serrat, Pilar Miró, Manuel Vázquez Montalbán, Juan Marsé, y Terenci Moix entre muchos otros.

Desde entonces, las posturas parcial o totalmente despenalizadoras han ganado terreno en todo el mundo. Hoy ya no sorprende que representantes de la Suprema Corte de Justicia, o algún ministro se muestren partidarios de una reconsideración de la legislación uruguaya sobre las drogas y hasta admitan una eventual despenalización de las llamadas "drogas blandas". De hecho en la última reunión de expertos sobre economía y consumo de drogas ilícitas organizado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) que se realizó en Santiago de Chile en enero de 1997 predominaron ampliamente las posiciones despenalizadoras tal como consta en las actas del mismo publicado luego por las Naciones Unidas.(2)

Una guerra fracasada

Con el correr de los años, ha quedado en evidencia que la prohibición no ha hecho más alentar una poderosa economía ilegal internacionalizada debido a los exorbitantes precios que propicia su propia condición ilegal. Comercio que ha permanecido en manos de sindicatos criminales que han monopolizado la producción y distribución mediante el ejercicio de la violencia y la corrupción.

La guerra a las drogas ha sobrecargado los aparatos judiciales penales con inofensivos consumidores y con figuras menores de la organizaciones criminales (abocados mayoritariamente a la distribución al menudeo) pero sin conseguir desmantelar las redes ilegales de comercialización; y ha estimulado además conductas delictuosas en algunos usuarios que quieren conseguir una sustancia artificialmente cara.

Asimismo, las políticas represivas en materia de drogas han fomentado el abandono progresivo de los ideales liberales y la elaboración de un derecho penal cada vez más restrictivo de las garantías individuales mientras que en el plano internacional ha asumido características intervencionistas. Para los Estados Unidos, la droga se ha convertido en un asunto de seguridad nacional y en virtud de ello han operado clandestinamente en el extranjero y paradógicamente, han utilizado política o comercialmente sustancias prohibidas para defender sus intereses geopolíticos. (3)

Estas son algunas de las muchas razones que se han esgrimido históricamente para demostrar que los eventuales beneficios del prohibicionismo son mucho menores que sus costos.

Paralelamente, cabe recordar que no todas las sustancias prohibidas presentan los riesgos que se le han atribuido desde su prohibición. Tal es el caso de la cannabis (marihuana) planta que ha integrado el arsenal curativo de la humanidad los últimos 5000 años y que recientemente ha sido reivindicada como un medicamento legítimo en más de veinte Estados norteamericanos en virtud de sus posibilidades medicinales, siendo legal su uso con tales fines.

De todas formas, debo señalar que estas observaciones no implican desconocer los efectos perjudiciales y los riesgos que conllevan sustancias como la heroína o el bazuco. No obstante, también es conveniente tener en cuenta no sólo los peligros farmacológicos de las sustancias ilegales sino los riesgos inherentes a su propia condición ilegal. En otras palabras: sustancias que fueron prohibidas porque se las consideraba peligrosas terminaron siendo mucho más peligrosas por estar ilegalizadas.

El camino ascético del bien

El auge universal del prohibicionismo no puede ser explicado exclusivamente por la influencia política de los Estados Unidos ni por la conjunción de determinados intereses militares y económicos de la DEA, y de los carteles del narcotráfico. Por detrás de todos los movimientos políticos, los acuerdos internacionales, los textos de derecho penal, y las estrategias bélicas desplegadas por Estados y ejércitos privados, está un concepción histórica del "bien" acuñada a lo largo de siglos y un mandato ético subyacente, implícito y poco cuestionado. Una cuestión que en nuestro país ha sido trabajada con especial lucidez por el sociólogo Rafael Bayce: "...la civilización occidental urbana del siglo XIX y XX, judeo-cristiana-occidental-urbana está afiliada a una concepción ascética del bien. A un camino de perfección que se consigue a través de un proceso de llegada progresiva y merecedora de una determinada gracia, a obtener una gracia por unas obras, que implica un camino ascético de llegada a la perfección , premiada en el más acá o en el más allá, de una manera u otra, según las religiones y las concepciones morales.

Pero hay otra enorme concepción que divide a la humanidad en dos, que es la concepción místico.extática-contemplativa, en la cual la perfección no se obtiene básicamente por una ascética progresiva por un contacto místico con lo divino a partir de un determinado estado alterado sicosensorial que se produce de una determinada manera."(4)

Nuestra cultura es heredera tanto de una espiritualidad cristiana (que ha hecho de la autorrenuncia de los impulsos una condición para la salvación) como de una tradición secular que considera el respeto a la ley externa como la base de la moral. No obstante, sin necesidad de remontarnos en la historia y sin buscar fuera del continente encontramos ejemplos de otras culturas que les dan a las plantas psicoactivas un uso festivo y lúdico o bien las convierten en instrumento de la contemplación extática y en vehículos hacia la divinidad respetando ciertas tradiciones que vienen desde la más remota antigüedad.

Los shuar, por ejemplo, pueblo cazador-recolector que habita actualmente el bosque húmedo de la amazonia ecuatoriana hace un uso intensivo y habitual de sustancias psicotrópicas estableciendo desde la misma infancia un contacto con enteógenos como la ayahuasca. Los shuar "consumen ayahuasca para resolver sus problemas, para reafirmar su cosmovisión y para entrar en contacto con su mundo mítico. Lo toman para hablar, para que les dé el poder y para establecer normas y procedimientos sociales, para condicionarse, para reforzar ideas referidas a soluciones y para canalizar procesos mentales en un sentido que podríamos llamar de oniromancia abierta a interpretaciones (lo que ven es lo que tienen que hacer)" (5)

Como ha señalado Bayce la anatemización del uso dionisíaco, místico, o extático-contemplativo de sustancias psicoactivas, no es más que un reflejo de una actitud etnocéntrica que desconoce el patrimonio cultural y experiencial de una buena parte de la humanidad.

En el enfoque religioso y cultural predominante en Occidente: "Todo lo que dionisíaco, romántico, místico, extático-contemplativo, no sirve; es pecaminoso, es inmoral, debe ser anatemizado y combatido. Esa es nuestra, y en parte por eso las drogas son anatemizadas. Porque una enorme cantidad de civilizaciones, no judeo-cristianas-occidentales-urbanas, usan la droga con un sentido absolutamente distinto, con un sentido de éxtasis místico-contemplativo, por reforzar la cohesión social a partir de la adquisición compartida de estados alterados, que llevan a un estado no natural y que permiten una comunión espiritual en las civilizaciones que comparten ese determinado ritual.

Hay entonces una raíz muy importante, en la que Eros está vencida por Thanatos, en que Dionisos es vencido por Apolo, en que lo ascético derrota a lo místico-extático...

Esa concepción apolínea de la mesura no es mayoritaria en toda la historia del género humano, ni es mayoritaria en el momento presente, si tomamos en cuenta civilizaciones orientales y tribus de muchas partes del mundo, y el mundo rural y parte de las clases altas y bajas." (6)

Esta visión relativista se inscribe en una tradición que nos remonta a Nietzsche, el primer filósofo que intentó desarrollar una genealogía de la moral (7) para explicar los comportamientos sociales que parecen más naturales y obvios. Nietzsche protestó más de una vez contra la hegemonía de la moral cristiana y puso en cuestión la base de esa cosmovisión axiológica. "La moral cristiana de la abnegación, la moral del sacrificio, es en realidad una moral que implica la renuncia a uno mismo. Cuando se coloca el centro de gravedad de la vida no en la vida sino en el "más allá" -en la nada- se le ha quitado a la vida como tal el centro de gravedad. La gran mentira de la inmortalidad personal destruye toda razón, toda naturaleza existente en el instinto -a partir de ahora todo lo que en los instintos es beneficioso, favorecedor de la vida, garantizador del futuro, suscita desconfianza." (8)

Negocios y religión

De todas maneras, resulta insuficiente explicar el arraigo de la prohibición y su mantenimiento en el derecho penal durante décadas desde la exclusiva sintonía del afán proscriptor con un ethos judeo-cristiano-occidental y urbano. Para ampliar esta perspectiva se vuelve necesario recordar algunos planteos weberianos que pueden ayudarnos a comprender los mecanismos de producción de subjetividad anudados en torno a la problemática de la droga..

A comienzos de siglo, mientras viajaba en tren por el legendario far-west Max Weber se encontraba estudiando la función social que cumplen las creencias religiosas y su relación con el capitalismo. Por entonces, Weber reparó en un detalle poco explorado por el pensamiento sociológico de entonces: la existencia y supervivencia del capitalismo requiere no sólo de mecanismos de explotación y acumulación de riqueza sino que también exige la producción de capitalistas, es decir, personas abocadas a la producción de capital mediante un complejo proceso de acumulación y reinversión de ganancias. Profesionales de los negocios regidos por criterios morales que favorecen el desarrollo del capitalismo y que orientan su vida en torno al acrecentamiento de sus fortunas personales.

Weber observó también que esos profesionales de los negocios encontraban necesario el esgrimir públicamente ciertas garantías morales, y que para obtener ese grado de credibilidad recurrían a las congregaciones religiosas de fieles, las cuales cumplían una función reguladora sobre los comportamientos públicos de sus feligreses. "El hecho de haber sido admitido en la congregación era aceptado como una garantía absoluta de las cualidades morales de un caballero, sobre todo de aquellas cualidades necesarias para los negocios..."(9)

Por entonces Weber desarrolló su conocida explicación de por qué los países protestantes habían aventajado a los católicos en su desarrollo económico debido a que éstos últimos se habían mostrado mucho más hedonistas y habían demorado más en arribar a una mentalidad capitalista.

El ethos protestante, encarnado emblemáticamente en la figura del calvinista propiciaba el desarrollo de una subjetividad en plena sintonía con la acumulación de riqueza. El calvinista constituía el mejor ejemplo del ascetismo intramundano y estaba orientado por un código de valores más proclive al rigorismo ahorrativo y a la escrupulosidad comercial.

"El puritano quiso ser un hombre profesional: nosotros tenemos que serlo también; pues desde el momento en que el ascetismo abandonó las celdas monásticas para instalarse en la vida profesional y dominar la moralidad mundana, contribuyó en lo que pudo a construir el grandioso cosmos del orden económico moderno que, vinculado a las condiciones técnicas y económicas de la producción mecánico-maquinista, determina hoy con fuerza irresistible el estilo vital de cuantos individuos nacen en él (no sólo de los que en él participan activamente), y con seguridad lo continuará determinando durante muchísimo tiempo más..."(10)

Sociedades disciplinarias

Más cerca en el tiempo Michel Foucault complementó los análisis de Weber sobre la mentalidad capitalista introduciendo una microfísica del poder capaz de explicar el proceso de producción de fuerza de trabajo, de trabajadores funcionales para el sistema, y de poner en evidencia el poder que moldea las conciencias y disciplina los cuerpos creando una sociedad de normalización.

"A partir del momento en el que la capitalización puso entre las manos de las clases populares una riqueza investida bajo la forma de materias primas, de maquinaria, de instrumentos, fue absolutamente necesario proteger esta riqueza. Y es que la sociedad industrial exige que la riqueza no esté directamente en manos de quienes la poseen sino de aquellos que permitirán obtener beneficios de ella trabajándola. ¿Cómo proteger esta riqueza? Mediante una moral rigurosa: de ahí proviene esta formidable capa de moralización que ha caído desde arriba sobre las clases populares del siglo XIX. " (11)

La producción de una fuerza de trabajo sistémica que no comprometiera el proceso de acumulación de riqueza con sus exigencias u apetitos exigió un vasto y complejo programa de control y de adoctrinamiento, logrado mediante diversas formas institucionalizadas de violencia. Para pensar tales formas Foucault puso en primer plano dos instituciones que hasta entonces habían sido vistas como poco relevantes o secundarias en los procesos sociales: las cárceles y los manicomios.

Foucault arrastra hacia el centro de los estudios sociales dos ámbitos tradicionalemente relegados en una posición marginal con respecto al pensamiento social crítico y descubre que los mismos cumplen un papel nuclear en la producción de sujetos sometidos.

"Nos encontramos ante dos instituciones necesarias para el mantenimiento del orden establecido: la ficción de la libertad y la ficción de la racionalidad del sistema. La cárcel crea la ficción de la libertad: nos sentimos libres porque no estamos en la cárcel, porque no hemos sido condenados a la privación de libertad. Al estar la cárcel identificada con la privación de la libertad puede operar la ficción de una sociedad de libertades. Por su parte, el manicomio crea también una ficción muy importante para la legitimación del orden que es la ficción de la racionalidad. El sistema aparece como racional porque la locura está aislada, está neutralizada, en esos espacios a la vez de reclusión y tratamiento que son los manicomios. Así pues, cárcel y manicomio cumplen a través de su pesada materialidad varias funciones, de crear espejismos operativos (la ficción de la libertad y la ficción de la racionalidad) que hacen aceptable el desorden instituido, entre otras cosas porque estas representaciones no cuestionadas contribuyen a metamorfosear en el imaginario social el desorden en orden. Pero además, la cárcel y el manicomio son dos espacios de poder fundamentales porque operan como laboratorios sociales: son espacios de observación, experimentación, y tratamiento de sujetos, unos sujetos que se caracterizan precisamente por su peligrosidad social" (12)

Aunque ambas instituciones cumplen funciones distintas y adoptan formas organizativas diferentes también presentan rasgos comunes. Ambas son espacios de aislamiento y encierro para desviados que representan las formas más puras de peligrosidad social desde la perspectiva de los grupos dominantes y ambas reclutan sus poblaciones entre las clases populares siendo la expresión más acabada de mecanismos de segregación y marginación.

Presos y locos también presentan características comunes. Ambas poblaciones han sido definidas por sus violaciones del consenso social. Las distintas formas de la transgresión ejercidas por los criminales y los locos comenzaron a ser entendidas como traiciones a un pacto social anclado en el orden democrático. Los criminales no respetaban el consenso legal y los locos cuestionaban la posibilidad de un orden que la burguesía creía justo y basado en la razón pese a las crueles y evidentes desigualdades sociales.

Aunque los porcentajes de personas recluidas en tales centros no era muy importante del punto de vista cualitativo, esas instituciones de encierro cumplieron un rol destacado en el desarrollo de técnicas de disciplinamiento social. "Del control de los peligrosos sociales, de las innovaciones técnicas destinadas a disciplinar, a domar, a adiestrar a los más recalcitrantes enemigos del nuevo orden social, se generaron mecanismos que se ensayaron más tarde, a campo abierto, sobre poblaciones más amplias. Así pues la neutralización de los peligrosos sociales en esos laboratorios sociales que son la cárcel y el manicomio va a permitir producir mecanismos disciplinarios de producción de los sujetos en masa." (13)

Antes que Foucault, el fundador de la sociología moderna Emile Durkheim ya se había percatado de la necesidad social de delimitación de las conductas desviadas para la creación colectiva de un canon de normalidad y había señalado que los castigos no eran sanciones elaboradas para corregir al desviado sino que apuntaban al disciplinamiento de las masas. "Sin paradoja, cabe decir que el castigo está sobre todo pensado para obrar sobre las gentes honradas, pues cura las heridas sufridas por los sentimientos colectivos." (14)

Dispositivos de control

La reclusión en prisiones durante el siglo XVIII era sólo una de las técnicas represivas. No obstante, en el siglo siguiente se convierte en la norma y aparece con toda nitidez (al decir de Foucault) "esa curiosa idea" de encarcelar para reencausar. Los procedimientos judiciales son reemplazados por juicios públicos y la práctica de la tortura cede su lugar a plazos indeterminados o secretos, de reclusión.

El dispositivo que más llama la atención de Foucault es la invención del Panopticon ideado por el filósofo inglés Jeremías Bentham, el más grande teórico del poder burgués del siglo XVIII según Foucault. Mediante ese recurso arquitectónico las autoridades penitenciarias buscaban controlar las mentes de toda la población de reclusos.

Bentham propuso que los prisioneros estuviesen alojados en una estructura rectangular erigida en torno a un patio central en el que se encontraba una torre que podía alojar a un guardia. El edificio debía de estar dispuesto de tal forma que el guardia podía ver dentro de cada celda pero sin ser visto por los prisioneros. Por eso lo denominó panóptico, es decir, un ojo total, absoluto, capaz de ver lo que sucede en todas partes. El guardia (figura menor, supernumeraria, e intercambiable) se convirtió por esta vía en una especie de autoridad subrogada de Dios, un observador y evaluador de la conducta carcelaria, habilitado para distribuir recompensas y castigos.

Este dispositivo que parece basado en el dogma de la omnisciencia de Dios, sostenida por todas las religiones monoteístas, guarda también relación con el concepto del superyó freudiano, en tanto control interno de los impulsos inconscientes, y puede considerarse además como el soporte ideológico de los sistemas de control computarizado.

La eficacia de este dispositivo llevó a que se aplicase con variantes en campos tan variados como la salud (para el control de grupos en cuarentena o de internados en nosocomios psiquiátricos); la producción (para la vigilancia de los obreros en las plantas industriales); el ejército (para el control de la tropa), y la educación (para la toma de exámenes).

La solución arquitectónica del panóptico transformó los efectos de la reclusión, que pasó de ser un simple alejamiento de la vida social para convertirse en un poder absoluto sobre el recluso, al introducirlos en un estado de visibilidad consciente y permanente que garantizaba el funcionamiento automático del poder. Se había descubierto un método de probada eficacia para la normalización de grandes grupos. Luego vendrían la burocracia y la computación. "Todo lo que se necesita son huellas de conducta: actividades de tarjeta de crédito; boletos de viaje; cuentas de teléfono; pedidos de préstamos; archivos de bienestar social; huellas dactiloscópicas; trámites de rentas; ficheros de bibliotecas; etc. Valiéndose de estas huellas, una computadora puede reunir una información que configura un cuadro sorprendentemente pleno de la vida de un individuo" (15)

La expansión de los mecanismos disciplinarios determinó la difusión universal del poder normalizador, al fundamento de una nueva totalización y de un nuevo sistema de dominio. Las nuevas disciplinas moldearon las consciencias y el control pasó a estar en todas partes. La actividad de juzgar pasó a ser desarrollada en todas partes y se convirtió en una de las funciones sociales principales con la aparición del maestro-juez, el médico-juez, el educador-juez, el asistente social-juez, el psicólogo-juez (entre muchísimos otros), sobre los cuales reposa en reino de lo normativo.

Los rasgos más notorios del sistema carcelario fueron tomados de prácticas de disciplinamiento anteriores. El riguroso control de la locación témporo-espacial de los cuerpos de los reclusos fue tomado de prácticas militares que se habían revelado exitosas con anterioridad.

Criticando a historiadores liberales y marxistas, Foucault propone considerar con igual entusiasmo y dedicación los efectos generados por la invención de la máquina de vapor como los efectos de ocasionados por la invención de nuevas tecnologías políticas, ya que las mismas se convirtieron en los instrumentos privilegiados de producción de subjetividad en el siglo XIX y comienzos del XX. Para ello sugiere dos direcciones complementarias el estudio de las técnicas de disciplinamiento y el de las técnicas de individualización del poder. "Disciplina es en el fondo, el mecanismo del poder por el cual alcanzamos a controlar en el cuerpo social hasta los elementos más tenues por los cuales llegamos a tocar los propios átomos sociales, eso es, los individuos" Las técnicas de individualización del poder integradas a los procesos disciplinarios serían en cambio, aquellas que posibilitan: "Cómo vigilar a alguien, cómo controlar su conducta, su comportamiento, sus aptitudes, cómo intensificar su rendimiento, cómo multiplicar sus capacidades, cómo colocarlo en el lugar donde será más útil." (16)

Foucault encuentra que estas tecnologías de disciplinamiento e individualización del poder se ensayaron primero en los cuarteles y en los colegios de jesuitas para luego ser trasladados a otros ámbitos.

En el ejército se tornaron particularmente necesarias a partir de la invención de los fusiles y otras tecnologías sofisticadas de destrucción que requerían de habilidades y entrenamiento específico, o sea, a partir del momento en que el soldado dejó de ser simple carne de cañón para convertirse en una compleja máquina de guerra. Foucault halla la cristalización de ese fenómeno en el disciplinadísimo ejercito prusiano de Federico II, el cual invertía la mayor parte del tiempo en entrenamiento.

Paralelamente, en el ámbito educativo se desarrollaron nuevas técnicas de disciplinamiento e individualización que luego se expandirían a otros espacios. Como correlato del suboficial del ejército aparece la figura del celador, y se comienzan a establecer clasificaciones mediante notas cuantitativas, sistemas de exámenes, controles periódicos, al tiempo que se adoptan formas atenuadas de panoptismo en las aulas, con el profesor en un nivel superior y todos los bancos en filas.

Instituciones totales

A fines de la década del 50, mientras Foucault desarrollaba sus investigaciones sobre el devenir histórico de la locura, en los Estados Unidos, Erving Goffman realizaba un amplio trabajo de campo que le permitió formular un incisivo análisis de una institución manicomial, el hospital St. Elizabeth de Washington.

Uno de los primeros elementos que observó Goffman, fue la homología estructural existente entre ese manicomio y otras instituciones cerradas como cárceles, cuarteles, reformatorios, orfelinatos, hospitales, y geríatricos, en las que la separación posible entre el tiempo de trabajo, el tiempo dedicado a la vida privada, y el tiempo ocio se difuminan significativamente. A estas instituciones Goffman las denominó "total institution", es decir instituciones totales o totalitarias, "un lugar de reincidencia y trabajo, donde un gran número de individuos en igual situación, aislados de la sociedad por un período apreciable de tiempo, comparten, en su encierro una rutina diaria, administrada formalmente". Esta investigación titulada Internados (17) -que fue publicada originalmente en 1961- dio cuenta de las características principales de tales instituciones, auténticos archipiélagos de absolutismo, altamente jerarquizados en la que una minoría de técnicos auxiliados por personal subalterno ejerce el poder sobre una mayoría silenciada y encerrada que es sometida ritualmente a una serie de prácticas preestablecidas.

En la racionalidad legitimadora de los manicomios subyace la misma premisa que en las cárceles, la idea que el encierro combinado con otras prácticas disciplinarias puede rehabilitar, es decir, lograr una transformación profunda de sus internados normalizándolos. Ese "curioso proyecto de encerrar para reencauzar" como dice Foucault, encuentra su base doctrinaria en la más antigua de las maquinarias disciplinadoras: el convento.

"Como es bien sabido, los recintos conventuales surgieron como lugares de aislamiento del mundo y sus tentaciones, con la finalidad de contribuir a una transformación interior de los enclaustrados, de forma que se cumpliese el objetivo paulino de "matar al hombre viejo para que nazca el hombre nuevo". Son espacios de reclusión voluntaria destinados a operar una conversión del alma mediante la mortificación del cuerpo. El cuerpo es sometido a toda una serie de rituales y privaciones que podemos englobar bajo la rúbrica de ejercicios disciplinarios. En el convento, la Santa Regla ha codificado los ritmos de existencia, los desplazamientos, las horas, los silencios. Los internos están obligados a practicar la penitencia, la obediencia, la castidad en fin; la vida en los conventos responde a un régimen cerrado y perfectamente programado de vida... A cambio de los rituales de mortificación del yo, a cambio de tantos sacrificios y privaciones, los internos esperan alcanzar la santidad en este mundo y en el otro la vida eterna...Las instituciones de corrección se desarrollaron en los siglos XVII y XVIII, a partir del modelo conventual, con la finalidad de inmovilizar, aislar, y transformar a pobres y vagabundos." (18)

Las nuevas formas secularizadas de "conventos" (manicomios, cárceles, internados estudiantiles) que comenzaron a aparecer durante el siglo XIX, presentaban una nueva legitimidad dada por los médicos alienistas, criminólogos, y educadores, quienes revalorizaron los espacios cerrados "bendiciéndolos" con sus poderes al tiempo que moldeaban sus respectivas instituciones para producir sujetos dóciles y útiles Ya no se trataba de ajustar a la clase trabajadora a los preceptos necesarios para celebrar la "Gloria de Dios" sino de cumplir con los requerimientos nobles de la "República" mediante el esfuerzo y la sumisión a los dictámenes de la burguesía.

Pese a que enseguida se percibió que las instituciones totalitarias no cumplían estrictamente con los cometidos que se les habían asignado, de todas formas configuraban verdaderas usinas de subjetividad normalizando el cuerpo colectivo al tiempo que sometian el cuerpo de sus reclusos y comenzaban a revelar nuevas funcionalidades. Las cárceles, por ejemplo, no tardaron en revelar su negatividad; no re-educaban ni generaban individuos obedientes sino que potenciaban la delincuencia. No obstante, no fueron cuestionadas y encontraron otras formas inconfesadas de legitimación. En una entrevista concedida en 1976, Foucault sintetizó magnificamente este aspecto: "La delincuencia tiene cierta utilidad económica y política en las sociedades que conocemos...1) cuanto más delincuentes existan más crímenes existirán, cuanto más crímenes haya más miedo tendrá la población y cuanto más miedo haya en la población más aceptable y deseable se vuelve el sistema de control policial.

La existencia de ese pequeño peligro interno permanente es una de las condiciones de aceptabilidad de ese sistema de control, lo que explica porque en los periódicos, en la radio, en la televisión, en todos los países del mundo sin ninguna excepción, se concede tanto espacio a la criminalidad como si se tratase de una novedad en cada nuevo día. Desde 1830 en todos los países del mundo se desarrollaron campañas sobre el tema del crecimiento de la delincuencia, hecho que nunca ha sido probado...

Pero eso no es todo, la delincuencia posee también una utilidad económica; vean la cantidad de tráficos perfectamente lucrativos e inscriptos en el lucro capitalista que pasan por la delincuencia: la prostitución...el tráfico de armas, el tráfico de drogas, en suma, toda una serie de tráficos que por una y otra razón no pueden ser legalmente y directamente realizados en la sociedad, pueden serlo por la delincuencia que los asegura.

Si agregamos a eso el hecho de que la delincuencia sirve masivamente...a toda una serie de alteraciones políticas tales como romper huelgas, infiltrar sindicatos obreros, servir de mano de obra y guardaespaldas de los jefes de los partidos políticos, aun de los más o menos dignos." (19)

Pero junto a la "familia" de las tecnologías disciplinarias y de individualización aparece en la segunda mitad del siglo XVIII, en Inglaterra y Alemania, una nueva tecnología que no enfocaba a los individuos sino que apuntaba al trabajo con poblaciones. La invención del concepto de población permitió dar ingreso a una serie de técnicas estadísticas, administrativas, económicas, y políticas para la regulación de las masas. Ligada a determinadas necesidades de regulación demográfica emergen junto con el concepto de población, los problemas de higiene pública, las condiciones sanitarias, y las relaciones en las tasas de mortalidad y natalidad.

"La vida se hace a partir del siglo XVIII, objeto de poder, la vida y el cuerpo. Antes existían cuerpos y poblaciones. El poder se hace materialista. Deja de ser esencialmente jurídico. Ahora debe lidiar con esas cosas reales que son el cuerpo, la vida." (20)

Más adelante, en las últimas tres décadas del siglo XIX las denominadas instituciones de socialización cobran especial relevancia. La escuela pública, obligatoria y gratuita, emerge en la mayoría de los países industriales como una herramienta de civilización de los niños de las clases populares en el marco de ciertas concepciones que planteaban niveles de continuidad entre las formas perversas de relacionamiento social como la locura o la criminalidad, las degeneraciones, y la infancia. De esta forma las instituciones previsoras se van a imponer sobre las correctoras, y las instituciones de socialización y resocialización van a ganar terreno frente a las formas más duras de represión y control y van a ganar protagonismo frente a los manicomios y las cárceles.

En este marco, la familia y la escuela se convirtieron en instancias privilegiadas de producción de normalidad siendo la infancia el blanco preferido de los mecanismos de producción de ciudadanos respetuosos de la ley.

"No en vano la familia y la escuela presentan analogías con el espacio de aislamiento manicomial, en la medida en que se convierten en ámbitos separados de la vida social en los que van a arraigar con especial fuerza los código médico-psicológicos: en la familia, el familiarismo psicoanalítico; en la escuela, las pedagogías psicológicas. Freud y Piaget construyeron sus teorías, quizás sin ser conscientes de ello, a la sombra de los grandes peligrosos sociales." (21)

Bajo la égida del maestro, y a la sombra de inspectores en continua circulación (dos delegados fundamentales del Estado) la escuela pública se va a convertir en la heredera de diversas técnicas de disciplinamiento, en un instrumento privilegiado de moralización de los hijos de los obreros, y en el baremo principal de la normalidad.

No obstante, ese gigantesco dispositivo normalizador conformado por la escuela pública se vio desde su origen conmovido por una legión de inadaptados, de chicos disfuncionales de diversa naturaleza que fueron englobados en el bolsón de los anormales. "Para estos niños y jóvenes, catalogados como anormales y delincuentes, se crearon instituciones totales de control, de carácter híbrido entre las cárceles, los manicomios y las escuelas: los correccionales y los institutos psicopedagógicos. En estos nuevos centros, los códigos psicológicos encontraron un punto de anclaje desde el que se desarrollaron en íntima relación con la creación de nuevas técnicas de observación e intervención. Nacían así las pedagogías psicológicas que sirvieron de punta de lanza de numerosos programas de renovación pedagógica, una renovación que tendencialmente se hizo cada vez más extensiva al grueso de las instituciones escolares." (22)

Educadores, psiquiatras, criminólogos, y epidemiólogos van a coincidir en su esfuerzo por tutelar la infancia y la juventud, al tiempo que definen cuatro campos de intervención: 1) un campo pedagógico y educativo abocado a la vigilancia, moralización, y disciplinamiento e individulización del poder sobre niños y jóvenes; 2) un campo jurídico y correccional de disciplinamiento duro de los desviados que han superado los equipos normalizadores de la familia y la escuela; 3) un campo psiquiátrico y psicológico de vigilancia más profunda que paulatinamente se enriqueció con nuevos recursos químicos capaces de controles variables (gruesos y finos) del comportamiento; 4) y un campo estadístico-epidemiológico que permite otra forma de vigilancia basada en la frecuencia, distribución, y evolución en términos poblacionales de ciertas unidades molares de comportamiento. Recurso que permitió -a partir de su difusión- el desarrollo de nuevas formas de gestión de los riesgos sociales, el diseño de nuevas modalidades de promoción de modelos normativos, y nuevas estrategias de ajuste de las disidencias.

En este proceso gradual, en el que los mecanismos preventivos ganaron terreno a las formas represivas más duras se dio un movimiento expansivo de la psiquiatría y del pensamiento psicológico que llevó a una patologización de los efectos de la miseria social y de numerosos hábitos de las clases populares, al tiempo que se naturalizó el modelo burgués de convivencia y realización personal.

Normalizando la juventud

Curiosamente, el tratamiento que se instrumenta frente al consumo de sustancias ilegales convoca todas las formas de disciplinamiento y control, desde las más duras como la cárcel hasta las más dulces formas de resocialización (comunidades terapéuticas abiertas no-represivas). El fantasma de la droga ha redefinido las relaciones intergeneracionales y ha legitimado el desarrollo de múltiples formas de vigilancia y estrategias de normalización de la juventud que van desde revisaciones humillantes en la puerta de los recitales hasta el uso de sabuesos entrenados para la detección de consumidores de marihuana o cocaína en los balnearios del este.

Aunque las intervenciones judiciales y policiales para la represión de los consumidores son presentados como medidas concretas sobre los disidentes, en realidad se trata de operar normativamente sobre las masas. Como ha dicho Escohotado: "Sería pues una grave miopía pensar que este tipo de precepto intenta disuadir a ciertas personas en cuanto al uso de ciertas drogas. Esa es sólo la finalidad aparente . La real se basa en que las "gentes honradas" sientan a la vez temor (ante la perspectiva del estigma) y placer (viendo castigada la desviación). Como la meta es reafirmar a cierto grupo en sus actitudes, no son leyes para los dope friends, sino autos de fe para cualesquiera otros.... Aunque el derecho penal no disuada gran cosa...ayuda al robustecimiento de las propias creencias" (23)

El objeto privilegiado de estudio, vigilancia, y control en nuestra sociedad uruguaya son los menores y los jóvenes, grupos que son vistos desde los medios de comunicación como en situación de riesgo debido a la convivencia generacional con las grandes fuentes de peligrosidad social, los infanto-juveniles. (24)

"El delito juvenil es inmediatamente asociado en el imaginario colectivo, a otras lacras sociales que contribuyen a dibujar un cuadro que, operando por asociaciones, marginaliza y estigmatiza definitivamente la figura desviada del joven infractor...Es frecuente ubicar en los medios de comunicación la afirmación de un continuo que vincula las imágenes de: delincuente-drogadicto, y ahora como corolario, sospechoso portador de SIDA (...) Una sociedad disciplinaria tiene sus mitos y rituales. La transmisión de una imagen sobre el problema absolutamente ajena a un conocimiento sobre las características de generación y reproducción de las prácticas sociales concretas contribuye a la difusión de un imaginario al colectivo que adquiere las dimensiones de un mito" (25)

Aunque el consumo de sustancias ilegales no sea un problema relevante en Uruguay desde ningún punto de vista (26) tal como lo demostró Bayce a comienzos de la presente década en su investigación Drogas, prensa escrita, y opinión pública sigue subsistiendo una opinión generalizada (modelada por las agencias de normalización) de que las drogas constituyen uno de los grandes problemas nacionales. Tal como sucede con el fantasma de la delincuencia infanto-juvenil, magnificada y dramatizada por los medios, las drogas configuran la gran coartada de las maquinarias de vigilancia y disciplinamiento en nuestra sociedad.

Es interesante observar como todas las técnicas de disciplina propias de las instituciones totales estudiadas anteriormente son actualmente instrumentadas por organizaciones dedicadas a la rehabilitación de personas (Engelmajer, Manantiales) que consideran adictos, llegando en muchos casos a practicar la reclusión forzada y variadas formas de represión cuando se trata de menores que han sido internados contra su voluntad por sus padres, o de personas que han llegado hasta allí emplazado por diferentes tribunales (audiencias, juzgados de instrucción, tutelar de menores instituciones penitenciarias, etc.) (27)

En estas instituciones que han heredado la tradición de los correccionales y sus mecanismos híbridos de normalización es posible observar la pervivencia de las tecnologías primigenias gestadas en las sombras de los conventos. No sólo en las instituciones de rehabilitación declaradamente religiosas sino también en muchas otras instituciones laicas, se ensayan ritualmente exámenes de conciencia y formas culpógenas de automortificación moral con las que se busca (remedando las viejas prácticas conventuales) la redención, y la liberación de la "satánica tentación de la droga".

Todos los equipos normalizadores y todas las herramientas de control posible que operan en otros terrenos se dan cita para combatir el temido "fantasma de la droga", ese enemigo público "número uno" sobre el que convergen policías y perros amaestrados, epidemiólogos y publicistas, psiquiatras y pedagogos, laboratoristas y jueces, celadores y bedeles, encuestas y chalecos químicos, todos intentando infructuosamente contener la diseminación de la peste.

Bibliografía:

(1) G. Eira y J. Fernández, "Drogas: el demonio moderno" en Las drogas en el Uruguay, Ed. Arca, Montevideo, 1995.

(2) Martín Hopenhayn (compilador), La grieta de las drogas: Desintegración social y políticas públicas en América Latina, Ed. Naciones Unidas-Comisión Económica para América Latina y el Caribe, Santiago de Chile, 1997

(3) R. Uprimny Yepes, "¿Qué hacer con las drogas? Políticas vigentes y políticas emergentes", en La grieta de las drogas..., op. cit. pág. 152. El autor cita documentos probatorios de la participación de la CIA en la comercialización de heroína en el sudeste asiático para financiar movimientos anticomunistas; el apoyo a los rebeldes afganos que traficaban drogas para financiar su guerra a las tropas de la Unión Soviética; y el escándalo "Irán-contra-gate" en el que la CIA y el Consejo Nacional de Seguridad (NSC) financiaron a la contra nicaragüense con dinero obtenido mediante la venta de cocaína, entre otros escándalos.

(4) R. Bayce, "Drogas, derecho penal, y salud pública" en Criminología y Derecho III, Ed. Fundación de Cultura Universitaria, Montevideo, 1992, pág.101.

(5) J. Fericgla, Chamanismo, ayahuasca y oniromancia, archivo al que se puede acceder en Internet digitando: http//aleph.pangea.org/org/xiprer/fericgla.htm

(6) R. Bayce, "Drogas, derecho penal, y salud pública", op. cit. pág. 102.

(7) La genealogía se diferencia del ejercicio de la historia realizado normalmente por los historiadores en que formula la necesidad de indagación de los procesos que han hecho posible una configuración presente, actual.

(8) Friedrich Nietzsche, El Anticristo, Ed. Alianza, Madrid, 1978, pág. 74.

(9) M. Weber, "Las sectas protestantes y el espíritu del capitalismo", en Ensayos de sociología contemporánea, Ed. Planeta-Agostini, Barcelona, 1985, pág. 9.

(10) M. Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Ed. Península, Barcelona, 1977, págs. 258.

(11) M. Foucault, "Entrevista sobre la prisión: el libro y su método" en Microfísica del poder, Ed. La Piqueta, Madrid, 1979, pág. 91.

(12) F. Alvarez-Uría, "La configuración del campo de la infancia anormal" en Interpretación de la discapacidad, Ed. Pomares-Corredor, Barcelona 1996, pág. 94.

(13) Idem, pág. 96.

(14) E. Durkheim, Las reglas del método sociológico, Ed. Jorro, Madrid, 1912, pág. 127

(15) Mark Poster, Foucault, Marxismo e Historia, Ed. Paidós, Buenos Aires, 1987.

(16) M. Foucault, Las redes del poder, Ed. Almagesto, Buenos Aires, 1996, pág. 58.

(17) E. Goffman, Internados. Ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 1970.

(18) F. Alvarez-Uría, op. cit. pág. 101.

(19) M. Foucault, Las redes del poder, op. cit., págs. 64 y 65.

(20) Idem. 62.

(21) F. Alvarez-Uría, op. cit. pág. 104

(22) Idem.

(23) A. Escohotado, Historia de las drogas Tomo 2, Alianza Editorial, Madrid, 1995, pág. 378.

(24) R. Bayce, Drogas, prensa escrita, y opinión pública, Ed. Fondo de Cultura Económica, Montevideo, 1990 y A. Araújo y otros, Jóvenes: una sensibilidad buscada, Ed. Nordan, Montevideo,1991. En ambos libros se puede hallar investigaciones interesantes sobre la relación entre la prensa y la opinión pública en relación con ciertas conductas delictivas.

(25) Luis E. Morás, "Delincuencia juvenil: la lógica social del disciplinamiento" en Jóvenes: una sensibilidad buscada, op. cit. págs. 175 y 191.

(26) "Los "estupefacientes" originan el 0,42 % de las intervenciones policiales sobre las personas (1994), y aproximadamente el 5,5 % de la población reclusa (1995).El consumo de drogas ilícitas estimado es 200 veces menor que el de alcohol y de tabaco, siendo el Uruguay el séptimo país del mundo en consumo de sustancias psicotrópicas de prescripción medica, y el cuarto en consumo per cápita de tranquilizantes bajo receta." R. Bayce en "El estigma de la droga: Particularidades y rasgos comunes en el caso uruguayo" en La grieta de las drogas..., op. cit. pág. 90.

(27) Organización Internacional Lucien Engelmajer, Proyecto Terapéutico, Francia, 1996.

Otra bibliografía consultada:

M. Foucault, La vida de los hombres infames, Ed. La Piqueta, Madrid, 1990.

M. Foucault, Vigilar y castigar, Ed. Siglo XXI, México, 1988.

M. Foucault, Hermenéutica del sujeto, Ed. La Piqueta, Barcelona, 1994

R. Castel, El orden psiquiátrico. La edad de oro del alienismo, Ed. La Piqueta, Madrid, 1980. ,

Varios autores, Espacios de poder, Ed. La Piqueta, Madrid, 1981.

E. Goffman, Estigma: La identidad deteriorada, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 1986.

G. Deleuze, El bergsonismo, Ed. Cátedra, Madrid, 1991.

G. Deleuze, Lógica del sentido, Ed. Planeta, Buenos Aires, 1994.

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