lunes, 8 de septiembre de 2008

SUSTANCIAS PSICOACTIVAS Y LITERATURA


(Extraído de Los Fármacos Malditos, Ed. Nordan, de Juan E. Fernández Romar)

Las sustancias psicotrópicas están presentes en los primeros registros escritos que se conocen dando cuenta de la importancia que le otorgaban a éstas las culturas antiguas. Hace más de 3000 años, el Papiro Terapéutico de Tebas, uno de los registros escritos más antiguos, aludía al uso del opio.

En el mismo sentido, desde 1968, gracias a Gordon Wasson, también sabemos que el soma, aquella planta milagrosa de los dioses, adorada por los arios que invadieron el valle del Indo hace 3.500 años, y celebrada extensamente el los Vedas (textos básicos del hinduismo moderno) era justamente un hongo alucinógeno. Asimismo, Homero y Virgilio legaron múltiples referencias a sustancias psicoactivas y en particular del opio.

Expertos en etnobotánica como Peter Furst explican la barroca imaginería medieval de pintores y escritores que describían los tormentos infernales como un resultado de la ingestión involuntaria de cornezuelo de centeno, un hongo inferior que ataca a las plantas gramíneas y en particular el centeno. Este hongo que produce compuestos alucinógenos similares al LSD fue responsable de una enfermedad por intoxicación, denominada ergotismo, que adquirió dimensiones epidémicas en Europa en distintos momentos entre los siglos XI y XIX.

En el mundo europeo luego del descubrimiento de América, si descartamos el alcohol (la droga más extendida y de mayor impacto cultural), encontramos que el opio fue el que concitó la mayor atención de los escritores.

El primer cultor célebre del consumo de opio fue el dramaturgo inglés Thomas Shadwell (1642-1692) aunque recién un siglo después se tornó significativo su influencia en la literatura.

En el siglo XIX, Thomas de Quincey (1785-1859) conmovió al público europeo con una obra en la que documentó el uso del opio y las peculiaridades de los ambientes en que se lo consumía, Las confesiones de un inglés comedor de opio (1821). Libro que dividió las aguas entre admiradores y detractores moralistas, determinando además que se lo considerase un "escritor maldito" y el "Papa de la Iglesia del Opio".

La edición inglesa llegó rápidamente a Francia e interesó particularmente a los poetas Alfred de Musset y Charles Baudelaire. Alfred de Musset se abocó enseguida a su traducción pero prefirió tímidamente firmar con sus iniciales su trabajo.

Baudelaire, entusiasmado con la obra de Quincey, tomó como referencia Las confesiones... y otro menos conocido Suspiria de profundis, y redactó un par de ensayos sobre la experiencia psicodélica donde incluía un análisis de los efectos del haschich. Debido al éxito de estos ensayos, el editor de Las flores del mal, le propuso a Baudelaire publicar ambos en un sólo texto que salieron de prensa en 1960 bajo el título de Los paraísos artificiales.

Baudelaire era un buen conocedor de esta temática. En 1843, al ser declarado mayor de edad, se mudó al hotel Pimodan, el cuartel general de un club de consumidores de haschich capitaneados por el poeta Teóphile Gautier, quien le prologó la tercera edición de su obra mayor Las flores del mal.

No obstante, Baudelaire siempre mantuvo una actitud de cierta reserva moral con respecto al consumo indiscriminado de psicotrópicos.

La lista de escritores anteriores al presente siglo que en algún momento experimentaron con haschich o con opio es muy extensa e incluye entre muchos otros de menor jerarquía artística a Poe, Percy Shelley, Rimbaud, Oscar Wilde, Lord Byron, William Blake, e Elizabeth Barret Browning.

En 1916, en medio de la primer Guerra Mundial, el poeta Tristan Tzara, el dramaturgo Hugo Ball, y otros inauguraron en el barrio antiguo de Zurich el legendario Cabaret Voltaire, cuna del movimiento dadaísta, lugar de preferencia para muchos consumidores de opiáceos. Sustancias que interesaron a muchos surrealistas como el poeta Antonin Artaud o la gran documentalista de esa época, Anaïs Nin.

La experimentación psicodélica cobró una nueva dimensión literaria con la llamada generación beat que fuera emblematizada por Allen Ginsberg, William Borroughs, y Jack Kerouac. Trío que junto a Neil Cassidy configuró una usina creativa tan afecta a la investigación como a los excesos. "Mis pensamientos se orientan hacia el delito, son increíbles viajes de exploración, expresión en términos de acto extremo, de un exceso de sentimiento o de conducta que logre resquebrajar las pautas humanas" escribió Ginsberg, poeta que a comienzos de los 50 ayudó a William Borroughs a difundir en Occidente las propiedades de la ayahuasca. En sus Cartas del yajé Borroughs dio cuenta de su periplo sudamericano en busca de ese potente enteógeno. Sustancia que en 1991 sería tomada nuevamente como fuente de inspiración por el poeta argentino Néstor Perlongher, quien escribió su poemario neobarroco Aguas aéreas bajo los efectos de esa exótica liana psicoactiva.

Los beatniks no sólo experimentaron con todas las drogas que existían en el mercado americano de entonces sino que salieron por el mundo en busca de las plantas sagradas de los indígenas inaugurando una pesquisa hasta entonces reservada a los científicos.

Pero cabe aclarar que ese movimiento de búsqueda e indagación con sustancias psicodélicas no fue patrimonio exclusivo de los beatniks, un escritor mucho mayor que ellos llamado Aldous Huxley publicó a los 60 años Las puertas de la percepción. Cielo e infierno, libro que marcó a fuego a la generación posterior, los hippies.

Otro célebre escritor americano vinculado estrechamente a los alucinógenos fue Ken Kesey, quien durante un tiempo se prestó para experimentos científicos y de esta forma descubrió los efectos del LSD. Su libró más famoso Alguien voló sobre el nido del cuco fue escrito parcialmente bajo los efectos de la psilocibina, la mescalina, y el LSD.

A fines de los 60 el uso social de alucinógenos creció enormemente influyendo en forma directa o indirecta a una gran cantidad de escritores en todo el mundo que comenzaron a tematizar de una u otra forma su consumo. Paralelamente la mercantilización furiosa y clandestina de los agentes psicoactivos, y el aumento de la criminalidad que ha rodeado su comercio, ha acentuado aún más el dilema sobre el uso de psicotrópicos. Sustancias que pueden ser tanto las llaves a un mundo inexplorado como la contraseña de ingreso al infierno.

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