lunes, 8 de septiembre de 2008

EL TABACO Y LA EMBRIAGUEZ SECA


(Extraído de Los Fármacos Malditos, Ed. Nordan, de Juan E. Fernández Romar)

Los primeros europeos que probaron el tabaco fueron los marineros de las primeras expediciones colonizadoras que llegaron hasta América, continente en el que desde Tierra del Fuego hasta el valle del Mississippi sus habitantes comían, bebían, o fumaban esta hierba.

En su mayoría los marineros prefirieron masticarlo antes que fumarlo debido a las riesgos que conllevaba esa práctica en las frágiles embarcaciones de entonces. De esta forma, muy rápidamente se generó un gran mito en torno a esta planta solanácea y psicoactiva. Le atribuyeron propiedades curativas y analgésicas, y pensaron que servía para combatir la fatiga, calmar el dolor de muelas, prevenir las caries, y mitigar los dolores de la sífilis.

El propio Colón señaló que esa curiosa práctica de inhalar el humo impedía a los indios sentirse fatigados en sus tareas.

En pocos años el consumo se extendió a las zonas portuarias de Europa donde por diversión o para alardear, los marineros mostraron a un público asombrado como se preparaba y se fumaba un cigarro. Al mismo tiempo, algunos européos comenzaron a preparar infusiones y tisanas con esa “hierba nicotiana” para calmar dolencias intestinales. Denominación que provino de Jean Nicot, embajador francés en Lisboa quien introdujo el tabaco en la corte francesa en 1560.

El hábito pasó rápidamente de los marineros a la nobleza y de allí a la burguesía, ganando adeptos en todos los estratos sociales, y alrededor de 1570 el consumo de tabaco con fines medicinales o recreativos ya era frecuente en varias zonas de Europa y entre los colonizadores. Esto determinó que a lo largo del siglo XVI el tabaco fuese llamado contradictoriamente tanto “yerba divina” como “yerba del diablo”.

Una droga de consumo creciente

La historia del tabaco presenta similitudes sorprendentes con la historia de otras drogas actualmente prohibidas. En primer lugar, se trataba de una sustancia que procedía del misterioso “mundo salvaje” y que desarrolló su primer plataforma de consumo en entornos casi marginales. Posteriormente, en virtud de su poder euforizante y de las características sociales de sus consumidores, se ganó la desconfianza de los sectores más conservadores que la volvieron el principal responsable de todas las calamidades del mundo. No obstante, las prohibiciones no pudieron evitar que su consumo se siguiese propagando en todos las clases sociales y actualmente se calcula que una sexta parte de la población mundial es fumadora. El consumo anual de cigarrillos para todo el planeta ronda los mil cigarrillos por persona.

Actualmente en Estados Unidos, luego de intensas campañas antitabaco, sólo fuman el 25% de los profesionales mientras que en la clase obrera la cifra asciende al 50%. En Nepal en cambio, (país con bajísima renta per cápita) fuman el 85% de los hombres y el 87% de las mujeres. Porcentajes altísimos que se mantienen en gran parte de Asia y Africa y que en gran medida acompañan el crecimiento demográfico.Las ventas de tabaco aumentan un 5% cada año en el Tercer Mundo.(1)

Pero volvamos ahora a la revisión histórica.

La satanización del tabaco

La Inquisición encontró que esa droga “engendraba insidiosas ficciones y sólo Satanás puede conferir al hombre la facultad de expulsar humo por la boca.” (2) Simultáneamente, Bartolomé de las Casas, obispo de Chiapas fue uno de los primeros en alarmarse por el alarmante crecimiento del consumo de tabaco entre los europeos y por la capacidad adictiva de esa hierba: “No está en poder de los usuarios rehusarse a ese gusto”.(3)

Las hostilidades eclesiásticas no se hicieron esperar. En 1629, Don Bartolomé de Camara, obispo de Gran Canaria y jefe de la Inquisición, prohibió a los sacerdotes fumar una hora antes y dos horas después de una misa. Por entonces, alguien que fumase en una iglesia se exponía a la excomunión o bien a una multa de cien maravedíes.

Años más tarde, en 1692, tiempos del papa Inocencio XII, emparedaron en España a tres monjes acusados de ser fumadores compulsivos. Por esos años en Inglaterra la persecución religiosa se centró en grupos de jóvenes sectarios que horrorizaban a la comunidad bienpensante por usar el pelo largo y fumar en pipa. Se los consideró extremistas y se los trató como tales.

En los Paises Bajos, Suecia, Transilvania, Baviera, y Sajonia el uso del tabaco se encontraba también prohibido y penado con severidad. Asimismo, tanto chinos como turcos tenían su consumo penado con la pena capital. Los primeros se exponían a que los estrangularan y los segundos a que les hundieran brutalmente una pipa en la cara.

En Rusia durante el siglo XVII el panorama era igualmente duro. Todo fumador se arriesgaba a que le cortasen la nariz. Orden del Zar. Una norma que duró hasta el siglo XVIII en que Pedro el Grande de Rusia vendió a los ingleses el derecho a exportar tabaco a su país.

Las prohibiciones religiosas del consumo de tabaco en la iglesia católica continuaron hasta el mandato del papa Benedicto XIII (1724-30), un hombre adicto al rapé que decidió despenalizar su consumo para “evitar a los fieles el espectáculo escandaloso de dignatarios eclesiásticos escapando del santuario para irse a fumar a escondidas.” (4)

Pocahontas y la legitimación económica

España fue el primer país que creó gravámenes fiscales para la importación. En 1623, cuando ya existían plantaciones racionalizadas en Santo Domingo y Cuba las Cortes resolvieron el establecimiento del monopolio estatal del tabaco contribuyendo así a enriquecer las arcas públicas. Política que fue imitada por Portugal (1664), Austria (1670), y Francia (1674).

Pese a las ambivalencias reales los colonos ingleses de Virginia, las Carolinas y Maryland ya habían descubierto las bondades económicas del cultivo de esa polémica hierba y en 1913, el capitán John Rolfe, esposo de la ahora famosa princesa Pocahontas envió desde Virginia el primer cargamento de tabaco a Londres. La industria creció y un siglo después la producción de tabaco representaba para Virginia más de la mitad de sus ingresos por exportación.

Los réditos que proporcionaba la producción de tabaco configuró la gran fuente de legitimación social del hábito. De todas formas en Occidente se mantuvo una actitud por lo menos desconfiada y algo reprobatoria respecto del tabaco. Sustancia que contó tanto con ilustres defensores como Sir Walter Raleigh como con célebres enemigos; algunos de los cuales pecaron de exagerados. Tal fue el caso de Tolstoi quien imprudentemente llegó a escribir: “Con el tabaco se embrutece la razón y se convierte en la mejor preparacion para el asesinato o el robo, el juego o la lujuria.” (5)

Durante el siglo XIX pese a lo extendido que estaba su uso, diversas autoridades médicas y políticas no dudaron en atribuirle a los efectos del tabaco problemas sociales como la delincuencia juvenil, la prostitución, el bajo rendimiento escolar (en hijos de madres fumadoras), e incluso se lo llegó a señalar como una de las causas de los suicidios.

La panacea universal

Si se colocase en cada cajilla de cigarrillos una etiqueta con los usos más frecuentes que le son asignados al tabaco seguramente se podría leer: contra el aburrimiento, el frío, el calor, la injusticia, la ira, la timidez, la soledad, la disciplina; o bien, bueno para trabajar, descansar, recordar, olvidar, regocijarse, imaginar, inspirarse; excelente para pensar y mejor aún para dejar la mente en blanco. Opiniones que harían la delicia de un tal J. Leander, quien en 1626 llegó a escribir un “Tratado sobre el tabaco: la panacea universal”.

Una primera razón que explica la multiplicidad de sentidos que generalmente se le otorga al fumar, radica en que el tabaco tiene un efecto paradójico y se presta para satisfacer exigencias claramente contradictorias. Es un excitante que curiosamente opera como ansiolítico ayudando a afrontar diversas tensiones.

La nicotina, al igual que el alcohol, puede tener efectos tanto estimulantes como depresores. Normalmente estimula el sistema nervioso central pero si la dosis es suficientemente alta puede hacer que disminuya su actividad.

Un poco de tabaco acelera la respiración y el pulso, eleva la tensión arterial, disminuye a veces el apetito, y puede hacer que los pequeños vasos sanguíneos de la piel se contraigan.

Sin duda el tabaco produce ciertos efectos positivos que justifican su popularidad en todas las clases sociales y ésto explica porque personas que creen que ese hábito es perjudicial para la salud igual lo mantienen.

Combatiendo la monotonía

La capacidad que presenta el tabaco de elevar la excitación cortical sirve a un amplio porcentaje de fumadores para contrarrestar el aburrimiento y la fatiga, incrementando los estados de atención y alerta, lo que permite entre otras cosas un trabajo más eficiente durante más tiempo. A otros en cambio, les sirve para relajarse, evitando así el impacto emocional de situaciones ansiógenas y reduciendo los niveles de estrés.

Aunque contradictorios en apariencia, estos dos tipos de efectos pueden lograrse variando la cantidad de nicotina introducida en la corriente sanguínea tal como han demostrado diversos estudios emprendidos por Hans Eysenck, una de las autoridades internacionales más destacadas en el estudio de los efectos del tabaco. (6)

Desde cierta perspectiva el tabaco y el LSD se parecen. En ambos casos basta con una millonésima de gramo por kilo de peso para hacer sentir sus efectos por vía intravenosa. La nicotina es una droga de acción rápida; normalmente tarda apenas siete segundos en alcanzar el cerebro. La heroína en cambio demora quince segundos; y la cocaína inhalada bastante más, algunos minutos.

En relación con los factores psicológicos de mantenimiento del hábito, investigadores como Knorring y Oreland (1985) que desarrollaron un amplio trabajo de campo en Suecia encontraron que ciertos fumadores de carácter extrovertido buscaban intuitivamente aumentar sus niveles de monoamina oxidosa en las plaquetas, sustancia relacionada con la búsqueda de estímulos y la impulsividad y encontraban en el tabaco un fuerte aliado para combatir la monotonía.(7)

Por estas razones resulta sensato suponer que gran parte de las personas que mantienen el hábito de fumar lo hacen debido al bienestar psicológico que les proporciona el tabaco y no sólo por la adicción a la nicotina. Como ha señalado con gracia el escritor español y ex-fumador Vicente Verdú: “Gran cantidad de fumadores fuman sin saber por qué fuman. Fuman en el vacío. Fuman sobre todo porque si no conocen por qué fuman saben lo malo que es no fumar”.(8)

Un supertóxico llamado nicotina

Curiosamente, la nicotina constituye un “supertóxico” similar al cianuro o la estricnina, hecho que la ha convertido en un difundido insecticida.

Un cuarto de gramo alcanza para matar a un adulto que no haya desarrollado tolerancia. Dado que un paquete de cigarrillos contiene cerca de dos gramos, los grandes fumadores ingieren diariamente dosis capaces de matar a más de media docena de adultos. No obstante, las patologías respiratorias asociadas al tabaco se deben principalmente a los alquitranes derivados de la combustión del tabaco y del papel. El hábito inmuniza.

Una cajilla diaria representa más de 200 gramos de alquitrán en los pulmones al cabo de un año. De ahí que un fumador de veinte cigarrillos diarios que practique algún deporte capta tan poco oxígeno como otro no fumador del mismo peso que esté moviéndose en una cancha a 2500 metros de altura.

Un fumador empedernido tiende a encender un cigarrillo cada media hora. Su reloj interno le está indicando que un una hora más el nivel de nicotina en la sangre será demasiado bajo, imperceptible. La nicotina se elimina por la orina; el estrés acidifica la orina y ayuda a eliminarla más rápido. Por eso la ansiedad aumenta el deseo de fumar.

Una ducha o un baño de inmersión también reduce la presencia de nicotina en la sangre ya que ésta es soluble en agua y se elimina parcialmente por la piel. De ahí que luego de nadar un rato aumenten las ganas de encender un cigarrillo.

Un dato interesante a la hora de considerar los patrones de consumo de tabaco es que muchos fumadores desarrollan rutinas muy rígidas y sólo fuman en ciertos lugares y ocasiones. Tal es el caso de médicos, mineros, o docentes que por razones de seguridad o por normativas institucionales se abstienen de fumar durante muchas horas mientras trabajan. De igual manera muchos judíos ortodoxos se abstienen de fumar los sábados y hay quienes también no fuman en su casa y sólo lo hacen en espacios abiertos.

Si bien el tabaco presenta una serie de factores que revelan su potencial adictivo (ansias recurrentes de consumo, tolerancia, y dependencia física) estas pautas de consumo discrecional llevan a pensar más en términos de hábito que de adicción o compulsión física al consumo.

¿Premio o estímulo?

Como ya hemos visto, algunas personas buscan en el tabaco la reducción de una tensión o restablecer un equilibrio perdido (reducir la sensación de hambre, descansar); mientras que otras buscan por el contrario dinamizar su organismo, aumentando su tensión al desarrollar una tarea.

Para los primeros, encender un cigarrillo representa una suerte de recompensa que ellos mismos se conceden, el merecido premio luego de un esfuerzo realizado. Para ellos el fumar está asociado a vivencias de tranquilidad y distensión.

Para los segundos, por el contrario, el fumar significa un estímulo, una ayuda mientras se recurre a la reserva energética.

Una circunstancia típica que está estrechamente vinculada al tabaco, es la situación de espera, cargada de ansiedad y nerviosismo. El futuro padre esperando el anuncio del nacimiento de su hijo o el estudiante que aguarda el momento de rendir sus examen son figuras bastante emblemáticas de esta situación.

En estos casos el fumar cumple una función de descarga de la ansiedad y se presenta como una alternativa motriz que substituye a la acción, la cual está inhibida por causas exteriores e interiores.

Desde las primeras décadas de este siglo los psicoanalistas se han encargado de señalar en cada oportunidad que han tenido, que el fumar obedece a fijaciones orales, a ese intento inconsciente de revivir la gratificación infantil del succionar. Los labios jugueteando contra ese cigarrillo-pezón y ese humo caliente que evoca la tibia leche materna.

Han habido también autores que han señalado que la lactancia brinda un modelo psíquico de incorporación del mundo exterior, de sus objetos y estímulos, permitiendo llenar una primaria sensación de vacío, una primitiva vivencia de vacuidad. Vivencias que luego de adulto intentará conjurar mediante un cigarrillo.

Pero hay también otros componentes simbólicos importantes en el hábito de fumar, como los aspectos gestuales y motrices. Jugar con el encendedor o la cajilla, complacerse en las sensaciones táctiles que estos objetos ofrecen configuran uno de los rituales tradicionales del fumador. Se trata de elementos capaces de infundir seguridad y aplomo en situaciones sociales. Rituales que para algunos teóricos de la psicología representan una reedición adulta del juego con la manta, la sábana, o el osito de peluche, que suelen establecer todos los niños -antes de dormir o cuando están ansiosos- con sus objetos más preciados, esos que simbolizan la tranquilizadora presencia materna.

La pipa de la paz

En todas las culturas comer, beber, al igual que ofrecer un cigarrillo sanciona una amistad, o al menos la deja en ciernes. La “pipa de la paz” de los indígenas, pasando de mano en mano configura un viejo arquetipo de cordialidad. Por eso, ofrecer un cigarrillo en una reunión ayuda a establecer contacto, a romper el hielo, a instaurar relaciones de simpatía. Relaciones en las que los mecanismos de identificación juegan un papel importante.

Uno de los indicios más evidentes de identificación con una persona o personaje es el hecho de empezar a fumar la misma marca. Aunque entre varias marcas no hayan diferencias de sabor aprecibles, los fumadores suelen ser fieles a una. La publicidad de cigarrillos apunta principalmente a captar nuevos consumidores ya que sólo el 15% suele cambiar de marca.

Culpa y ambivalencia

Casi todos los fumadores comenzaron a fumar a escondidas, con una intensa sensación de culpa. El tabaco está asociado al mundo de los adultos y por tanto, el primer cigarrillo adquiere también el valor simbólico de un rito de iniciación en la vida madura, rito de emancipación o bien de protesta o rebelión.

Aunque se trata de una droga legal, el tabaquismo es considerado universalmente como un vicio y más del 90% de los fumadores reconoce que le perjudica la salud.

El tabaco es reconocido como una fuente de placer pero a la vez recibe un cierta condena moral. Un cierto sentimiento de culpa, más o menos latente, acompaña desde siempre el acto de fumar y encuentra expresión en las numerosas formas de represión que en el curso de la historia atacaron el hábito de fumar y en la adhesión a los datos acerca de sus efectos negativos en el plano orgánico.

Indicio de esa vivencia de culpa que acompaña al acto de fumar son ciertos rituales típicos de muchos fumadores: hay quién vuelve la parte encendida del cigarrillo hacia la palma de la mano como ocultándolo; otros practican pequeñas aberturas en la cajilla que permiten sacar sólo un cigarrillo o vuelven a cerrar la caja con el mismo papel, insinuando un deseo de fumar de manera muy limitada. Rituales que expresan una cierta ambivalencia, una expresión del contraste entre deseo y represión, una necesidad de enmascarar frente a sí mismo y a los demás su vicio.

Cigarrillos, pipas, y relojes

Todo fumador termina estableciendo una rutina en su hábito, un modo de unificar y encerrar los actos de su jornada. Cada fumador se forja un esquema particular para distribuir su cuota diaria de tabaco a lo largo del día. De esa forma el cigarrillo pasa a pautar el tiempo, el ritmo de la vida, sancionando el comienzo o el fin de una actividad. Esa conversión del hábito en una suerte de reloj social, ha encontrado históricamente expresiones explícitas en diversas zonas rurales. En este sentido el campesinado ruso ha configurado un ejemplo clásico. Hasta hace poco los habitantes de las zonas rurales seguían expresando las distancias según las fumadas posibles: “Y de aquí al kolkoz hay más o menos...unas tres pipas”.

Cáncer y tabaquismo

En los últimos años el tabaco se han convertido (tal como ha sucedido con intervalos a lo largo de la historia) en una suerte de enemigo público en todo Occidente y han sido el blanco preferido de diversas campañas sanitarias. Aunque nadie discute que configura un factor de riesgo que amenazan la salud no es el más importante tal como lo ha demostrado Effron, autora de “Los apocalípticos: El cáncer y la gran mentira” (9), texto con el que ha intentando -según sus propias palabras- combatir: “la corrupción ideológica de la investigación sobre el cáncer en los Estados Unidos”.

Esa línea de revisión crítica de las investigaciones históricas sobre el cáncer fue continuada con mayor paciencia por Eysenck, investigador y epistemólogo que se tomó el trabajo de revisar gran parte de las investigaciones realizadas históricamente sobre los efectos del tabaco y encontró que en su mayoría adolecían de graves errores metodológicos o de interpretación.

Este hecho, unido a sus propias investigaciones lo ha llevado a relativizar seriamente la hipótesis de que el fumar aumenta en forma significativa la posibilidad de desarrollar cáncer de pulmón o una cardiopatía isquémica. Una auténtica herejía en la era de la ecología.

La molestia evidente que manifiesta Eysenck en sus trabajos con el eslogan “el tabaco produce cáncer y cardiopatías” no estriba en una defensa del vicio sino en un intento de aclaración científica de la importancia de los diferentes factores de riesgo presentes en la etiología del cáncer o de las enfermedades cardiovasculares.

“Se ha prestado gran atención a la importancia relativa de fumar como factor de riesgo, en comparación con los factores de riesgo psicosociales y de otras clases. En sentido amplio cabe decir que la personalidad y el estrés parecen ser seis veces más importantes que el tabaco dentro de la correlación estadística existente entre la enfermedad y los factores de riesgo...Esto no significa en absoluto que fumar sea inocuo, pero coloca dentro de una perspectiva adecuada su posible influjo sobre el cáncer y la cardiopatía isquémica”.(10)

En defensa de su tesis, Eysenck reivindica algunos trabajos epidemiológicos como el de Guberan (1979) que puso de manifiesto la reducción de la mortalidad por enfermedades cardiovasculares en Suiza entre 1951 y 1976 a pesar de un mayor consumo de tabaco en las mujeres, a un consumo globalmente estacionario en los hombres, y a un aumento del 20% en el consumo de grasas animales. Aunque algunos de los factores de riesgo se incrementaron las tasas de fallecimiento -estandarizadas por grupos etarios- disminuyeron un 22% en el caso de los hombres y un 43% en las mujeres. Este y otros trabajos similares le sirven a Eysenck para argumentar que hay que prestar más atención en el diseño de políticas sociales y sanitarias a los factores psicológicos, sociales, y genéticos, reubicando consecuentemente en su verdadero lugar el riego que conlleva el tabaquismo.

Un aspecto paradójico de los beneficios inherentes al abandono del hábito es ilustrado convenientemente por el Vicente Verdú, periodista y economista español, que fue finalista del Premio Anagrama de 1989 con un curioso ensayo titulado “Días sin fumar”.

En este libro que además de configurar una buena investigación sobre el tema es también una crónica de su experiencia de dejar de fumar, Verdú rescata de la revista The Lancet los resultados de una vieja y exitosa campaña antitabaco desarrollada en Gran Bretaña en 1950 con la que se logró que una buena cantidad de médicos dejaran el vicio.

Veintiún años después, el seguimiento del estado de salud de esos médicos ex-fumadores reveló que aunque ya no sufrían de enfermedades relacionadas con el tabaquismo, el número de alcohólicos había aumentado considerablemente (en relación con otras poblaciones de igual nivel socioeconómico) y que se había multiplicado el número de muertos por causas asociadas al estrés. (11)

Los riesgos de la raza

Una variable poco conocida con respecto a los riesgos de mortalidad por cáncer son la raza y en algunos casos el sexo. Las poblaciones de raza predominantemente blancas son dos veces y media más propensas a desarrollar un carcinoma bronquial que los japoneses y seis veces más propensos que los tailandeses o los chinos, sean éstos continentales o de Hong Kong.

En cuanto al sexo se ha observado que las mujeres nigerianas son más propensas a este tipo de cáncer que los hombres mientras que en la población holandesa, su incidencia en los hombres es trece veces superior al de las mujeres.(12) En el análisis de los datos, los investigadores han descartado la posibilidad de que estas diferencias se deban a factores ambientales que afecten a un sólo género y han reforzado la idea de que tal disparidad es esencialmente genética.

En sus trabajos, Eysenck acostumbra a advertir que los estudios estadísticos pueden ser engañosos porque muy habitualmente transforman relaciones asociativas en relaciones causales atribuyendo a un sólo factor, o conjunto de factores, una responsabilidad más compleja y amplia. Se ha visto por ejemplo que tabaquismo no configura un hábito aislado e independiente sino que está generalmente integrado a una modalidad de vida y de consumo. En el hogar promedio de un fumador se suele consumir más alcohol y carnes rojas que en los hogares de no fumadores, los cuales (en términos estadísticos) acostumbran a consumir más cereales, verduras, y frutas.(13)

La conclusión final de Eysenck es que: “los efectos biológicos del hábito de fumar se ajustan a una curva de crecimiento negativamente acelerada, cuya asíntota depende del número de cigarrillos consumidos por día, pero que deja de crecer más allá de un período relativamente breve de 1 o 2 años, y cuya asíntota no se halla influida de modo apreciable por el hecho de continuar fumando o de dejar de hacerlo...Posiblemente, la consecuencia principal del tabaco consista en actuar como catalizador, aumentando los otros factores de riesgo.” (14)

La propuesta de Eysenck de revisar las políticas de investigación en torno al tema sigue pendiente. Probablemente en el futuro se consiga relacionar de otra forma los factores intermediarios entre estructura de personalidad, los factores emocionales, y la emergencia de diversas patologías.

Dado que el principal intermediario en la emergencia del cáncer es el sistema inmunológico y que éste es particularmente sensible a factores emocionales (tal como sucede también con el aparato circulatorio) el develamiento de los mecanismos psicosomáticos que hacen posible una enfermedad debe ser una prioridad de la investigación científica y deben ser considerados integradamente con los factores de riesgo. De esta forma se evitaran los peligrosos reduccionismos que culpan exclusivamente al tabaco de una serie de males.

Fuentes bibliográficas:

1) Cifras citadas por V. Verdú en “Días sin fumar”, Ed. Anagrama, Barcelona, 1989, págs. 151 y 152.

2 y 3) Citados por A. Escohotado en “Historia de las drogas”, Vol. 1, Ed. Alianza, Madrid, 1996, págs. 358-359.

4) Idem. pág. 390.

5) Citado por V. Verdú, op. cit. pág. 116.

6) “Smoking, health and personality” (1965); “Personality and the maintenance of the smoking habit” (1973); “The causes and effects of smoking” (1980). Un resúmen de las metodologías y conclusiones de estas investigaciones pueden hallarse en “Tabaco, personalidad y estrés”, Eysenck, Ed. Herder, Barcelona, 1994.

Hans Jürgen Eysenck es profesor emérito de psicología en el Instituto de psiquiatría de la Universidad de Londres. En 1988 recibió el Premio al científico distinguido de la American Psychological Association por sus trabajos en psicología clínica.

7) Citado por Eysenck en “Tabaco, personalidad y estrés”, pág. 90.

8) “Días sin fumar”, V. Verdú, Ed. Anagrama, pág. 101.

9) “The apocaliptics: Cancer and the big lie”, de E. Effron, Ed. Simon & Schuster, Nueva York, 1984. (En este libro la autora denuncia a un movimiento ecologista extremista, que denomina “los apocalípticos”, responsabilizándolos de distorsionar políticamente la investigación sobre el cáncer y de saturar los Estados Unidos de teorías que no son más que mitos.)

10)”Tabaco, personalidad y estrés”, pág. 152.

11) Op. cit. págs. 74 y 75.

12)”Tabaco, personalidad y estrés”, págs. 69 y 70.

13) Idem. pág. 54.

14) Idem. pág. 156

Otra bibliografía consultada:

“Psicopatología del consumo cotidiano”, Fernando Dogana, Ed. Gedisa, Barcelona, 1984.

“Las bases farmacológicas de la terapeútica” de A. Goodman, L. Goodman, y A. Gilman, Ed. Médica Panamericana, Buenos Aires, 1982.

No hay comentarios: